¿Eres oidor, o
hacedor de la Palabra?
Santiago 1:22-25
“Sed hacedores de la palabra, y no tan
solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de
la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera
en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y
luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la
libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la
obra, éste será bienaventurado en lo que hace”.
Todos estamos muy consientes de la importancia que tiene
el que nos escuchen bien cuando queremos dar una orden o transmitir alguna
instrucción. Lo vemos, por ejemplo, en la relación entre una madre y su hijo
adolescente. Frecuentemente se escuchan estas exclamaciones: “¿Me estás escuchando?”
“¿No oíste lo que te dije?” “¿Estás entendiendo bien?” En lo más profundo de
nuestro ser sentimos la necesidad de que nos escuchen atentamente. Los padres,
en particular, acentuamos esta importancia. También los maestros, los médicos,
los pastores y en general cualquier persona que tiene la responsabilidad de
enseñar o dirigir.
La razón es sencilla: si no nos oyen, nuestras
instrucciones no pueden ser seguidas. O sea, el primer paso para ejecutar una
orden es oírla. Para poner en práctica una enseñanza es imprescindible haberla
escuchado antes y haberla entendido. En más de una ocasión, al dirigirse a la
multitud, Jesús advirtió: “El que tiene oídos para oír, oiga”. Es decir: “Todo
el que puede oír, escuche atentamente”. Lamentablemente muchas veces, no
obstante de que oímos las instrucciones o las advertencias, no somos capaces de
prestar atención a lo que realmente se nos dice. Nuestros propios intereses nos
alejan de esas instrucciones hacia nuestros deseos, e inconscientemente creamos
una pared mental que nos impide recibir el mensaje con claridad.
Pero hay algo más. Aún cuando logremos escuchar y
entender las instrucciones, muchas veces nos detenemos en ese punto. Hay, en
ocasiones, un abismo inmenso entre el oír y el hacer. Cualquiera sea la razón,
tenemos que estar consientes de que para Dios es tan importante que escuchemos
sus instrucciones como que las llevemos a la práctica. Por ejemplo, en Mateo
21:28-31, Jesús cuenta esta parábola: “Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos
hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña.
Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose
al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y
no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El
primero”. Esta parábola nos enseña la importancia de hacer la voluntad del
Padre, aunque al principio hayamos pensado hacer lo contrario. Esto es mucho
mejor ante los ojos de Dios que mostrar disposición a obedecer, pero finalmente
llevar a cabo nuestra propia voluntad.
La Biblia dice en Romanos 10:17: “La fe es por el oír, y
el oír, por la palabra de Dios”. Es sumamente importante leer y escuchar la
palabra de Dios, pues nuestra fe se fortalece cuando conocemos al Señor
íntimamente. Y cuando dedicamos tiempo a la oración cada día de nuestras vidas,
profundizamos más en esta relación con Dios, llegamos a conocer su voluntad, la
fe se fortalece aun más y entonces nos resulta mucho más fácil obedecerle, pues
el Señor nos da la motivación y la fuerza y el valor que necesitamos para
seguir sus instrucciones. Así dice Filipenses 2:13: “Dios es el que en vosotros
produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
La Escritura de hoy nos exhorta a que no solamente oigamos
las instrucciones de Dios sino que las obedezcamos. Entonces seremos
bienaventurados. De lo contrario nos estamos engañando a nosotros mismos, y nos
perderemos las bendiciones que el Señor tiene preparadas para nosotros.
No te limites a oír la Palabra de Dios, sino también haz
lo que ella dice. Busca discernimiento espiritual para oír bien las
instrucciones y entenderlas, y fortalece tu fe para llevarlas a cabo leyendo
diariamente la Biblia, meditando en sus enseñanzas y dedicando un tiempo a la
oración.
ORACIÓN:
Padre santo, alabado y glorificado sea tu nombre. Te
ruego, Señor, que afines mi oído espiritual para poder escuchar y entender con
claridad tus instrucciones, y dame la fuerza y el valor para llevarlas a la
práctica de manera que tu nombre sea glorificado en mi vida. En el nombre de
Jesucristo, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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