¿A quién acudes en la enfermedad?
Isaías 38:1-5
“En aquellos
días Ezequías enfermó de muerte. Y vino a él el profeta Isaías hijo de Amoz, y
le dijo: Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás.
Entonces volvió Ezequías su rostro a la pared, e hizo oración a Jehová, y dijo:
Oh Jehová, te ruego que te acuerdes ahora que he andado delante de ti en verdad
y con íntegro corazón, y que he hecho lo que ha sido agradable delante de tus
ojos. Y lloró Ezequías con gran lloro. Entonces vino palabra de Jehová a
Isaías, diciendo: Ve y di a Ezequías: Jehová Dios de David tu padre dice así:
He oído tu oración, y visto tus lágrimas; he aquí que yo añado a tus días
quince años”.
El rey Ezequías
reinó en Judá veintinueve años. La
Biblia dice que él “hizo lo recto ante los ojos de Jehová” (2
Reyes 18:3). La escritura de hoy nos dice que Ezequías se enfermó, y su
enfermedad era de suma gravedad. El profeta Isaías le habló de parte de Dios
diciéndole que ordenara su casa pues pronto moriría. Entonces Ezequías vino
delante del Señor en oración, afligido y clamando por sanidad. Dios escuchó su
clamor, y lo sanó, y añadió a su vida quince años.
Ambos reyes
habían actuado conforme a los decretos de Dios, complaciendo al Señor en todo
lo que hacían. Pero al encontrarse enfermos de gravedad, sintiendo que el fin
de sus vidas se aproximaba, uno de ellos clamó al Señor por sanidad, mientras
que el otro buscó la ayuda de los médicos. Ezequías fue sanado y Dios le dio
quince años más de vida. Asa, por el contrario, murió poco tiempo después.
Hay otros
ejemplos en la Biblia
en los que podemos ver el inmenso poder sanador de Dios. Lucas nos cuenta que
en una ocasión, mientras Jesús caminaba rodeado de una gran multitud, “una
mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado
en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le
acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo
de su sangre.” (Lucas 8:43-44). Esta mujer, la cual había sufrido de esa
enfermedad por tanto tiempo, oyó que Jesús estaba cerca y haciendo un gran
esfuerzo a través de tan grande multitud se llegó al Señor y logró tocar el
borde de su manto, confiando plenamente que sería sanada. “Y al instante se detuvo
el flujo de su sangre”. Cuando Jesús se dio cuenta de lo que había sucedido, le
dijo a la mujer: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (v.48). No sólo fue
ella sanada de la enfermedad que la azotaba, sino que allí mismo obtuvo la
salvación de su alma.
Debemos clamar
al Señor en la enfermedad y el dolor, y esperar confiando en su misericordia.
Él es nuestra fuente más confiable de sanidad. Y al igual que en los tiempos
bíblicos, él está siempre a nuestro alcance cuando clamamos a él. No hay duda
de que, si él lo desea, puede sanarnos sin que la ciencia intervenga, pero
quizás él tenga un plan determinado al usar a un médico. Muchas veces el
diagnóstico ha sido completamente negativo de parte de la ciencia, pero Dios se
ha glorificado delante de todos sanando a la persona enferma.
Ciertamente el
poder y la sabiduría de Dios están muy por encima de la ciencia médica, de
doctores, medicinas, y de toda la sofisticada tecnología de estos tiempos pero,
si es su voluntad, nosotros debemos usar para nuestro beneficio los adelantos
de la ciencia. Por eso, en medio de la enfermedad, lo primero que debemos hacer
es orar poniendo nuestra situación en manos del Señor, buscando la dirección
del Espíritu Santo.
ORACIÓN:
Padre santo,
gracias porque en la enfermedad podemos venir a ti en busca de sanidad para
nuestros cuerpos. Te ruego me des discernimiento para conocer siempre lo que tú
quieres que yo haga, y que tu nombre sea glorificado en mi vida. En el nombre
de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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