1 Samuel 30:3-4
“Vino, pues,
David con los suyos a la ciudad, y he aquí que estaba quemada, y sus mujeres y
sus hijos e hijas habían sido llevados cautivos. Entonces David y la gente que
con él estaba alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas
para llorar”.
En una ocasión
David y sus hombres regresaron a la ciudad de Siclag después de una corta
ausencia, y de repente se encontraron en una situación sumamente difícil y
dolorosa. Mientras ellos estaban fuera de la ciudad, los amalecitas la
invadieron y la saquearon, y se llevaron cautivas a las mujeres y a los niños.
“Entonces David y la gente que con él estaba alzaron su voz y lloraron, hasta
que les faltaron las fuerzas para llorar.” Y dice que todos culparon a David, y
hablaron de apedrearlo, por haber dejado el lugar tan indefenso que las
familias de ellos fueron víctimas fáciles del enemigo. Bajo la presión de tan
inesperada calamidad, primero por la pérdida de su propia familia y segundo por
la acusación de que era objeto, el espíritu de David se angustió sobremanera.
¡Cuántas veces
hemos llorado hasta que “nos han faltado las fuerzas para llorar”! En el
transcurso de nuestras vidas nos encontramos a veces en situaciones tan
dolorosas que lo único que podemos hacer es llorar y llorar hasta que quedamos
exhaustos. Realmente no tiene nada de malo llorar cuando algo ha ocasionado
tristeza en nuestros corazones. La
Biblia cuenta que cuando Lázaro murió, y Jesús vio a la
hermana de éste llorando, “se estremeció en espíritu y se conmovió” (Juan
11:33). Y más adelante dice que “Jesús lloró”. El problema surge cuando
continuamos llorando desconsoladamente, permitiendo que esa tristeza sature
nuestro espíritu y nos lleve al punto de ser incapaces de levantarnos, y que
seamos aplastados y destruidos por las circunstancias. Esto es lo que sucede a
la mayoría de las personas que caen en un estado depresivo, del cual resulta
extremadamente difícil salir. Por desgracia, existen casos en que algunas
personas terminan suicidándose al perder toda esperanza.
David, sin
embargo, hizo un alto en su angustia y no se dio por vencido, sino que “se
fortaleció en Jehová su Dios”. Continúa el versículo 8 de este capítulo: “Y
David consultó a Jehová, diciendo: ¿Perseguiré a estos merodeadores? ¿Los podré
alcanzar?” Y el Señor le contestó: “Síguelos, porque ciertamente los
alcanzarás, y de cierto librarás a los cautivos”. Él obedeció al Señor y el
resultado final fue de gran bendición, pues liberaron a todos los cautivos y
recuperaron todo lo que los amalecitas habían tomado. No sólo encontró David
consuelo en el Señor, sino también su dirección y las fuerzas y el valor para
resolver el problema.
Cuando las
circunstancias amenazan con aplastarnos, cuando todo parece indicar que no hay
solución, cuando la tendencia de la carne es tirarse al piso a llorar
desconsoladamente y permanecer inmóviles sin hacer nada, el único que puede
librarnos de ese estado y cambiar las circunstancias favorablemente es nuestro Dios
todopoderoso.
¿Estás en medio
de una prueba? ¿Has perdido tu paz, tu gozo, tu tranquilidad espiritual? ¿Te
sientes sin fuerzas? Acude a Dios en busca de su paz y su consuelo. Clama a él
y él te dará las fuerzas para recuperar todo lo que el enemigo te ha robado.
Sólo tienes que confiar y clamar con todo tu corazón.
ORACIÓN:
Amante Padre
celestial, te doy gracias por tu promesa de responder al clamor de tus hijos.
En medio de la prueba y el dolor, clamo a ti confiando en tu poder y tu
misericordia, y confío en que tu me darás la victoria. En el nombre de Jesús,
Amén.
(Lectura: 1
Samuel 3:1-6)
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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