Proverbios 10:24
“Lo que el impío
teme, eso le vendrá; pero a los justos les será dado lo que desean”.
Los tiempos en
que vivimos son muy inestables en todos los aspectos. La economía mundial cada
vez está en peores condiciones; el número de desempleados es cada vez mayor; la
tasa de criminalidad aumenta por día; la maldad y la corrupción se han
multiplicado. Por estas y otras razones el temor y las preocupaciones afectan la
vida de millones de personas. La gente se preocupa y siente temor por la
pobreza, el desempleo, el hambre, la violencia, las enfermedades, las guerras y
muchas otras cosas más, incluyendo el futuro, pues el ser humano muchas veces
siente temor por lo desconocido que le espera adelante. El temor es totalmente
destructivo. Afecta la mente, causa depresión, paraliza la voluntad humana,
esclaviza a aquel que es su víctima. El
temor es una fuerza satánica que tiene la capacidad de destruir.
No es el temor, por
lo tanto, algo que proviene de Dios. La Biblia dice claramente que “Dios no nos ha dado
espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo
1:7). Por eso el que camina por esta vida de la mano del Señor no teme al
futuro, ni a las circunstancias que le rodean, ni a las enfermedades ni a nada.
En una ocasión, los discípulos de Jesús se encontraron en medio del mar
azotados por una violenta tormenta que amenazaba con hundirlos (Marcos
6:45-50). Allí estaban ellos, llenos de temor, cuando Jesús se les acercó
andando sobre el mar y les dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” Tan pronto
ellos reconocieron a Jesús, y el Señor entró a la barca, los vientos se
calmaron y hubo paz. Y el temor desapareció. Esto es lo que sucede siempre que
confiamos que el Señor cuida de nosotros: el temor desaparece y reina la paz de
Dios.
David también
pasó por situaciones muy difíciles en su vida que le hicieron sentir temor,
pero su confianza en el Señor, producto de una íntima comunión con él, le permitió
superar esos temores. Por eso pudo decir al escribir el Salmo 23: “Aunque ande
en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. ¡Qué seguridad y confianza tan
grandes expresa el salmista en la protección y provisión que provienen del Gran
Pastor de ovejas! Esto es precisamente lo que caracteriza a los justos,
aquellos que han sido justificados por la sangre de Cristo. Esta seguridad y
confianza, por lo tanto, no provienen de nuestras propias fuerzas, o de nuestra
sabiduría, sino de Dios. Y dice el pasaje de hoy que a ellos “les será dado lo
que desean”. En contraste, vemos una diferencia notable en la vida del impío
(aquel que vive su vida sin tener una relación con Dios). Estos viven en
constante sobresalto y con el temor de que algo malo les va a suceder, y el
resultado generalmente es que lo que tanto temen, “eso les vendrá”.
Aquel que no
tiene a Cristo viviendo en su corazón no puede vencer los temores. Estos
controlan todo su ser y atraen sobre su vida calamidades y desgracias. En
cambio los hijos de Dios, por el poder del Espíritu Santo han aprendido a
someterse al Señor y a resistir a Satanás quien es el causante del temor. Como
consecuencia el diablo tiene que huir, dice Santiago 4:7. Todo aquel que actúa
de esta manera puede controlar y vencer los temores y en su mente residen
pensamientos de paz y seguridad.
Quizás tu
relación personal con Dios se ha vuelto fría y lejana. Tal vez estés siendo
víctima de temores ante un futuro que desconoces. Escucha la proclamación del
Salmo 27:1 que dice: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová
es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?”. Haz tuya esta proclamación
de fe, créela de todo corazón, confía en Dios, deléitate en él diariamente
buscando una relación cada vez más íntima. Como resultado, los temores
desaparecerán y podrás disfrutar de una vida de paz y esperanza como Dios ha
planeado para ti.
ORACIÓN:
Mi amante Padre
celestial, por favor ayúdame a dedicar tiempo cada día de mi vida a cultivar mi
relación contigo, leyendo tu Palabra y orando para vivir en tu presencia y que
pueda yo sentir que tú eres mi Pastor, que cuidas siempre de mí y que no debo albergar
temor por nada. En el bendito nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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