Salmo 139:23, 24
“Examíname, oh
Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en
mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”.
Debido a nuestra
naturaleza pecaminosa el corazón, básicamente, está lleno de maldad. La Biblia nos cuenta que
después que Adán y Eva pecaron en el huerto del Edén, “comenzaron los hombres a
multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas”. Y cuando ellos
vieron que eran hermosas, escogieron para sí mujeres y las tomaron (Génesis
6:1-2). “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y
que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo
solamente el mal”. Fue tanto el dolor al ver su creación corrompida que Dios
pensó eliminarlos a todos de la faz de la tierra, y con ese fin planeó el gran
diluvio. “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová”, dice Génesis 6:8. Y a
partir de él la raza humana continuó desarrollándose. Han transcurrido muchos
siglos, pero aquel pecado original aun nos afecta profundamente. Por eso el
profeta Jeremías dijo: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y
perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
Ahora bien,
cuando el corazón es purificado por el poder del Espíritu Santo, puede
revelarnos el mismo rostro de Dios. Así dijo Jesús en el Sermón del Monte:
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8).
El rey David conocía la importancia de tener un corazón limpio. Por eso en el
pasaje de hoy él pide a Dios que examine su corazón y lo guíe en el camino
eterno. De igual manera, cuando su hijo Salomón fue elegido para sucederle en
el trono, David clamó a Dios de la siguiente manera: “Da a mi hijo Salomón
corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tus
estatutos” (1 Crónicas 29:19). Después Salomón escribió en Proverbios 4:23:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”.
En Mateo 6:21,
Jesús dijo a sus discípulos: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón”. Si pudiéramos hacer una foto espiritual a nuestro corazón
veríamos allí todas las cosas a las que damos prioridad en esta vida, aquellas
que nos atraen, las que más disfrutamos y valoramos. Todos tenemos cosas que
apreciamos mucho. Algunos pueden estimar objetos materiales, otros dan mucho
valor a relaciones sentimentales y otros valoran actividades o experiencias.
Cualquier cosa que atesoramos está directamente relacionada con nuestro
corazón. O sea, lo que más valor tiene para nosotros es lo que más cerca está
de nuestro corazón. Y de acuerdo al contenido de nuestro corazón así será la
manera en que hablamos y como actuamos. Por eso Jesús dijo: “Porque de la
abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34).
¿Qué podemos
hacer para mantener un corazón limpio que agrade al Señor? La única manera de
lograrlo es alimentándonos día tras día con la palabra de Dios. El salmista
afirma en el Salmo 119:11: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar
contra ti”. Cuando dedicamos un tiempo cada día a leer la Biblia , a meditar en lo que
hemos leído y a orar, el Espíritu Santo usa esta palabra para ministrar
nuestros corazones, mientras nos va limpiando de todo aquello que desagrada a
nuestro Padre celestial. Él es el único que puede librarnos de todos los
astutos engaños del enemigo que ensucian el terreno de nuestros corazones. Por
eso en Proverbios 23:26 Dios nos dice: “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus
ojos por mis caminos”. Y en Ezequiel 36:26, el Señor declara por medio del
profeta: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y
quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”.
Nuestra
responsabilidad en todo este proceso es simplemente responder a la iniciativa
de Dios y, al igual que David, decirle: “Examíname, oh Dios, y conoce mi
corazón... y guíame en el camino eterno”. Y entonces mantener una íntima
comunión con él buscando su rostro día tras día y obedeciendo su palabra.
ORACIÓN:
Amante Padre
celestial, por favor examina mi corazón y arranca de mí toda maldad y suciedad.
Ayúdame a guardar tu palabra y a obedecerla cada día de mi vida, de manera que
mi comportamiento glorifique tu santo nombre. En el nombre de Jesucristo, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
Gracias Señor amado por tu Palabra que habla constantemente a mi vida.
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