Romanos 5:6-11
“Porque Cristo,
cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente,
apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir
por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados
en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos
gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido
ahora la reconciliación”.
Desde que Adán y
Eva pecaron desobedeciendo las instrucciones de Dios, su naturaleza fue
propensa al pecado. Dios en su absoluta santidad no podía tener una relación
personal con ellos (ni con nosotros, sus descendientes) hasta que el pecado
fuera cancelado. “La paga del pecado es muerte”, dice Romanos 6:23. Es decir,
la consecuencia del pecado original fue muerte espiritual, o sea separación del
hombre de su creador cuando Dios los echó del huerto del Edén (Génesis
3:23-24). ¡Terrible consecuencia de la desobediencia y el pecado! Sin embargo
la muerte de Cristo en la cruz del Calvario saldó esa deuda y nos abrió el
camino para reconciliarnos con Dios y convertirnos nuevamente en sus hijos,
dice el pasaje de hoy.
El apóstol Pablo
tenía unas credenciales impecables: educación, cultura, magníficos antecedentes
familiares y una posición de autoridad entre los judíos. Pero cuando se
encontró con Cristo en el camino de Damasco, descubrió su absoluta falta de
méritos. Aprendió que lo único de valor eterno en esta tierra, era que el
Salvador murió en la cruz por sus pecados. Por eso escribió en Gálatas 6:14:
“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. Para muchos la
muerte de Jesucristo en la cruz era algo ilógico y sin sentido, pero Pablo
entendió que era en la cruz donde Dios había cumplido su tan largamente
esperada promesa de dar al mundo un Salvador.
Fue en la cruz
donde el Hijo de Dios se humilló y cargó sobre él todos los pecados del mundo.
La cruz marcó el lugar y el momento en que se llevó a cabo el juicio de Dios y
donde se derramó su misericordia. Allí se reveló el plan redentor de Dios, fue
destruido el poder de la muerte, y se logró el perdón de los pecados. Por medio
de la muerte de Cristo y su resurrección se ha asegurado una vida nueva a
aquellos que lo reciben como Salvador.
La cruz es como
un espejo que refleja nuestra falta de méritos, pero que también revela la
magnitud del amor de Dios. Sirve como un imán para atraer a las personas al
Señor (Juan 12:32) y como un modelo de la muerte expiatoria (Juan 15:13). Un
lugar de muerte se convirtió en un faro de esperanza porque es allí, por medio
de Jesucristo, que encontramos la salvación (Hechos 4:12). Por medio del
sistema expiatorio hebreo, Dios enseñó que como sacrificio por el pecado él
aceptaría sólo la sangre derramada por uno en quien no hubiera iniquidad.
Jesucristo, quien era todo Dios y todo hombre, cumplió con ese requisito por
medio de su vida perfecta y sirvió como nuestro Cordero expiatorio (Juan 1:29).
En la cruz la
justicia de Dios fue satisfecha. Dios sabía que nosotros no podíamos pagar por
nuestros pecados, por eso dio a su Hijo como sustituto, transfirió nuestras iniquidades
a Jesús, y lo declaró culpable en lugar nuestro. Cristo murió voluntariamente
por nosotros, para cumplir con la justa exigencia de Dios por el pecado. La
sangre y la muerte parecen desagradables, pero sin la sangre de Cristo que fue
derramada por nosotros, y sin su muerte vicaria a nuestro favor, seríamos como
prisioneros condenados sin esperanza. Por eso el centro de nuestra fe es que
Jesús es el Señor, que con su sangre pagó nuestra deuda y a quien Dios levantó
de los muertos. Y todo aquel que lo cree de todo corazón y lo confiesa con la
boca es salvo, dice Romanos 10:9-10.
ORACIÓN:
Bendito Dios,
una vez más te doy gracias por tu Hijo Jesucristo, mi Salvador. Gracias porque
a través del increíble dolor de la cruz, hoy puedo tener la seguridad de la
vida eterna junto a ti, en lugar de la horrible condenación que merecía. Por
Cristo Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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