1 Samuel 13:5-14
“Entonces los
filisteos se juntaron para pelear contra Israel, treinta mil carros, seis mil
hombres de a caballo, y pueblo numeroso como la arena que está a la orilla del
mar; y subieron y acamparon en Micmas, al oriente de Bet-avén. Cuando los
hombres de Israel vieron que estaban en estrecho (porque el pueblo estaba en
aprieto), se escondieron en cuevas, en fosos, en peñascos, en rocas y en
cisternas. Y algunos de los hebreos pasaron el Jordán a la tierra de Gad y de
Galaad; pero Saúl permanecía aún en Gilgal, y todo el pueblo iba tras él
temblando. Y él esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho;
pero Samuel no venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba. Entonces dijo Saúl:
Traedme holocausto y ofrendas de paz. Y ofreció el holocausto. Y cuando él
acababa de ofrecer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl salió a
recibirle, para saludarle. Entonces Samuel dijo: ¿Qué has hecho? Y Saúl
respondió: Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro
del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije:
Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el
favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto. Entonces Samuel dijo a
Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él
te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel
para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un
varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe
sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó”.
La amargura
nunca es la respuesta apropiada para un hijo de Dios. Envenena la mente, las
emociones y el espíritu. ¿Cuándo echó raíces en Saúl esta actitud de
resentimiento? Veamos dos acontecimientos en su vida:
Saúl no podía ir
a la batalla hasta que Samuel llegara para ofrecer el holocausto como Dios le
había mandado. Pero, antes de que el profeta llegara, los hombres de Saúl se
acobardaron y comenzaron a desertar, por lo que el rey tomó medidas e hizo la
ofrenda sagrada él mismo. Pudo haber pensado: Esto tiene que hacerse sin
demora. ¿Por qué no puedo hacerlo yo? No fue capaz de ver la necesidad de
obedecer el mandamiento divino. Dios vio esto como un grave acto de rebeldía,
que trajo un juicio: el reino de Saúl no duraría. Dios designaría a alguien
para gobernar, en vez de los descendientes de Saúl. Imaginemos la reacción de
Saúl al enterarse de que el reino no iba a pertenecer a su familia.
En la guerra
contra los amalecitas, el rey Saúl dejó de obedecer, otra vez, las
instrucciones del Señor. Cuando Samuel lo confrontó en cuanto a su transgresión,
mintió diciendo que había obedecido. Después, sin embargo, trató de justificar
su desobediencia. Su corazón no arrepentido apesadumbró al Señor, lo cual dio
lugar a más juicio: él, el rey, fue esta vez rechazado por Dios (1 Samuel 15:10,
11, 26). Esto ocasionó que Saúl comenzará a amargarse, al darse cuenta de que
su desobediencia le costaría el reino.
Asegúrate de
llevar de inmediato al Señor tus frustraciones y tu ira. Tráelas delante de Él,
y pídele que te ayude a dejarlas. Tu salud espiritual depende de eso.
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