Si Dios no ocupa el primer lugar
en nuestros esfuerzos y pensamientos por la mañana , ocupará el último lugar en lo restante
del día.
Mi deber es orar antes de ver a
alguna persona. A menudo, cuando duermo hasta muy tarde, o recibo visitas en
las primeras horas de la mañana, no puedo empezar mi oración antes de las once
o las doce. Este es un mal sistema. Es contrario a la Escritura. Cristo
se levantaba antes de que amaneciera e iba a un lugar solitario. David dice:
“De mañana mi oración te previno”. “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz”.
La oración familiar pierde mucho
de su poder y dulzura y me siento incapaz de hacer algún bien a los que me
buscan. La conciencia se siente culpable, el alma insatisfecha, la lámpara no
está arreglada. La oración secreta resulta fuera de tono. Creo que es mucho
mejor comenzar el día con Dios, buscar su rostro, poner mi alma cerca de Él
antes que de ningún otro.
Los hombres que han hecho para
Dios una buena obra en el mundo, son los que han estado desde temprano sobre
sus rodillas. El que desperdicia lo mejor de la mañana, su oportunidad y
frescura, en otras ocupaciones que en buscar a Dios, hará pocos progresos para
acercarse a Él en el resto del día. Si Dios no ocupa el primer lugar en
nuestros esfuerzos y pensamientos por la mañana, ocupará el último lugar en lo
restante del día.
Detrás de este levantarse
temprano para orar, se encuentra el deseo ardiente que nos impulsa a
comunicarnos con Dios. El descuido demostrado por la mañana es indicio de un
corazón indiferente. El corazón que se retrasa para buscar a Dios por la mañana
ha perdido su agrado en él. David tenía hambre y sed de Dios y por esto lo
buscaba temprano, antes del alba. El lecho y el sueño no encadenaban su alma en
su afán de buscar a Dios. Cristo ansiaba la comunión con el Padre, y por eso
antes de que amaneciera se iba al monte a orar. Los discípulos, cuando
despertaban avergonzados por su negligencia, sabían dónde encontrarlo. Si
recorremos los nombres de los que han conmovido al mundo a favor de las causas
piadosas, encontramos que buscaron a Dios muy de mañana.
Un deseo por Dios que no pueda
romper las cadenas del sueño, es algo débil que hará poco que realmente valga
para Dios.
No es simplemente el levantarse
temprano lo que pone a los hombres al frente y los hace generales en jefe de
las huestes de Dios, sino el deseo ardiente que agita y rompe las cadenas de la
condescendencia consigo mismo. El saltar temprano del lecho da salida y aumento
y fuerza al deseo, de otra manera éste se apaga. El deseo los despierta, y esta
tensión por Dios, este cuidado de apresurarse a la llamada hace que la fe se
afiance en Dios y que el corazón obtenga la más dulce y completa revelación.
La fuerza de esta fe y la
plenitud de esta revelación hacen santos eminentes, cuya aureola de santidad
llega hasta nosotros para que participemos del gozo de sus conquistas. Pero
sólo nos contentamos con disfrutarlas pero no con reproducirlas. Edificamos sus
tumbas y escribimos sus epitafios, pero ponemos mucho cuidado en no seguir su
ejemplo.
Necesitamos una generación de
predicadores que busquen a Dios de mañana, que den a Dios la frescura y el
rocío de su esfuerzo para que tengan en recompensa la abundancia de su poder
que les dará gozo y fortaleza en medio del calor y el trabajo del día. Nuestra
pereza en los asuntos de Dios es el pecado de que adolecemos. Los hijos de este
mundo son más sabios que nosotros. Están en sus negocios desde que amanece
hasta que anochece. Nosotros no buscamos a Dios con ardor y diligencia. Ningún
hombre ni alguna alma se afianzan en Dios si no lo sigue con tesón desde las
primeras horas del día.
“Gracia y Paz”
Impacto Evangelístico
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