2 Crónicas 20:14-30
“Y estaba allí Jahaziel hijo de
Zacarías, hijo de Benaía, hijo de Jeiel, hijo de Matanías, levita de los hijos
de Asaf, sobre el cual vino el espíritu de Jehová en medio de la reunión; Y
dijo: Oid, Judá todo, y vosotros moradores de Jerusalén, y tú, rey Josafat.
Jehová os dice así: No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan
grande; porque no es vuestra la guerra, sino de Dios. Mañana descenderéis
contra ellos; he aquí que ellos subirán por la cuesta de Sis, y los hallaréis
junto al arroyo, antes del desierto de Jeruel. No habrá para qué peleéis
vosotros en este caso: paraos, estad quedos, y ved la salvación de Jehová con
vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra
ellos, que Jehová estará con vosotros. Entonces Josafat se inclinó rostro a
tierra, y asimismo todo Judá y los moradores de Jerusalén se postraron delante de Jehová, y adoraron a
Jehová. Y se levantaron los levitas de los hijos de Coat y de los hijos de
Coré, para alabar a Jehová el Dios de Israel con fuerte y alta voz. Y cuando se
levantaron por la mañana, salieron por el desierto de Tecoa. Y mientras ellos
salían, Josafat estando en pie, dijo: Oidme, Judá y moradores de Jerusalén.
Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y
seréis prosperados. Y habido consejo con el pueblo, puso a algunos que cantasen
y alabasen a Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente
armada, y que dijesen: Glorificad a Jehová, porque su misericordia es para
siempre. Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso contra
los hijos de Amón, de Moab, y del monte de Seir, las emboscadas de ellos mismos
que venían contra Judá, y se mataron los unos a los otros: Porque los hijos de
Amón y Moab se levantaron contra los del monte de Seir, para matarlos y
destruirlos; y cuando hubieron acabado con los del monte de Seir, cada cual
ayudó a la destrucción de su compañero. Y luego que vino Judá a la torre del
desierto, miraron hacia la multitud; y he aquí yacían ellos en tierra muertos,
pues ninguno había escapado. Viniendo entonces Josafat y su pueblo a
despojarlos, hallaron entre los cadáveres
muchas riquezas, así vestidos como alhajas preciosas, que tomaron para
sí, tantos, que no los podían llevar: tres días estuvieron recogiendo el botín,
porque era mucho. Y al cuarto día se juntaron en el valle de Beraca; porque
allí bendijeron a Jehová, y por esto llamaron el nombre de aquel paraje el
valle de Beraca, hasta hoy. Y todo Judá y los de Jerusalén , y Josafat a la
cabeza de ellos, volvieron para regresar a Jerusalén gozosos, porque Jehová les había dado gozo
librándolos de sus enemigos. Y vinieron a Jerusalén con salterios, arpas, y trompetas, a la casa
de Jehová. Y el pavor de Dios cayó sobre todos los reinos de aquella tierra,
cuando oyeron que Jehová había peleado contra los enemigos de Israel. Y el
reino de Josafat tuvo paz; porque su Dios le dio paz de todas partes”.
Cuando surgió la amenaza, lo
primero que hizo Josafat fue dirigir su atención a Dios y proclamar un ayuno en
toda Judá (2 Crónicas 20:3). De todas partes vino gente para apoyar a su rey en
oración (v. 13).
A veces, somos demasiado
orgullosos para pedir a otros que oren por nosotros. Josafat era un rey, pero
no tan autosuficiente como para no admitir que su ejército era insignificante
frente a las tres fuerzas unidas contra él.
Reconoció sus limitaciones y
buscó la intervención divina. Aunque Josafat reinaba sobre sus súbditos, pidió
que lo apoyaran en oración.
Una de las cosas más sabias que
podemos hacer en medio de la dificultad, es buscar la ayuda de alguien que sepa
cómo hablar con Dios. El cuerpo de Cristo depende de la cooperación. Cuando el
pueblo de Judá comenzó a orar, Dios le dio una solución por medio de un profeta
fiel. Josafat fue lo bastante humilde para escuchar, y lo bastante sabio para
seguir sus instrucciones (vv. 14-17). Como resultado, su pueblo se salvó. Los
ejércitos que avanzaban se enfrentaron entre sí y se destruyeron unos a otros
por completo. Sin disparar una flecha o sacar una espada, las fuerzas de Judá
no sufrieron ni una sola baja. Gracias a que su humilde rey escuchó, el pueblo
fue testigo de la extraordinaria victoria del Señor (vv. 22-30).
Tenemos que afinar nuestros oídos
a la voz de Dios para escucharlo. A veces, Él habla a través de personas que
preferiríamos no seguir, y a menudo dice cosas que no esperamos escuchar. Pero
Él nos dará la solución a nuestros problemas, si estamos dispuestos a
escucharlo.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
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