Lucas 9:22-23
“Es necesario que el Hijo del Hombre padezca
muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes
y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día. Y decía a
todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame”.
Un emblema universal cristiano aceptable necesita
obviamente reflejar a Cristo, pero la cantidad de posibilidades es muy amplia.
Bien pudiera ser, por ejemplo, el pesebre en el cual Jesús fue acostado cuando
nació (símbolo de humildad), o las herramientas de carpintero con las que
trabajaba cuando joven (prototipo de trabajo), o el bote desde el cual enseñaba
en Galilea, o la toalla que usó cuando lavó los pies de los apóstoles,
representando la humildad en el servicio del Señor. Otras posibilidades serían
el trono, símbolo de soberanía divina, o la paloma (enviada desde el cielo en
el día del bautismo de Jesús), representando al Espíritu Santo, o la tumba
vacía, proclamando la resurrección de Cristo.
Los primeros cristianos usaron un pez como símbolo que
los identificaba durante los tres primeros siglos de nuestra era. No fue hasta
el siglo IV que la cruz comenzó a usarse como símbolo predilecto para
representar a Cristo y su entrega para nuestra salvación. Estas dos barras
habían sido ya un símbolo cósmico desde la remota antigüedad representando la
distancia entre el cielo y la tierra, y el eje de la esfera terrestre. Pero
esta iniciativa de los cristianos tuvo una explicación mucho más profunda.
Ellos quisieron establecer como idea central de su entendimiento de Jesús, no
su nacimiento, ni su juventud, ni sus ejemplos de servicio, ni su resurrección,
ni su reino, ni su regalo del Espíritu, sino su muerte, su crucifixión. Lo que
prevaleció en la mente de aquellos cristianos acerca de Jesús no fue su vida,
sino la dádiva de su vida en la cruz del Calvario. Este fue su propósito
fundamental al dejar su gloria y venir a este mundo como hombre.
La cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el
misterio de la salvación en Cristo. La cruz nos habla acerca de un Dios
todopoderoso que es a la vez Dios de infinito amor y misericordia, quien
decidió vencer el mal con su propio dolor entregando a su Hijo a la horrible
muerte en la cruz del Calvario, y así librar de la condenación eterna a un
mundo que le había rechazado. Pero en realidad la cruz, más que un símbolo es
verdaderamente un estilo de vida, al cual se refirió Jesús al dirigirse a sus
discípulos en el pasaje de hoy. Este es un profundo mensaje que comienza con
negar o rechazar todo intento o deseo de la carne que vaya en contra de la
voluntad de Dios. Jesús fue el ejemplo perfecto al negarse a sí mismo y
someterse a la voluntad del Padre llevando a cabo el plan de salvación de la
humanidad. En el huerto de Getsemaní, Jesús luchó contra la tentación que lo
impulsaba a huir de la cruz que le esperaba, postrándose en oración tres veces
clamando: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo
quiero, sino como tú” (Mateo 26:39-44). Él sabía que sería despreciado,
humillado y torturado, y que finalmente sería clavado en la cruz del Calvario.
Pero decidió marchar adelante a cumplir la voluntad del Padre. Por eso ahora
tiene la autoridad para pedir a todo aquel que quiere seguirle que se niegue “a
sí mismo”, que “tome su cruz cada día”, y entonces le siga.
El apóstol Pablo resume este concepto de la siguiente
manera: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Esta debe ser la meta de todo cristiano, ir
muriendo al pecado, a los hábitos y costumbres del pasado e ir dando lugar, por
la acción del Espíritu Santo, a un hombre interior nuevo conforme a la imagen
de Jesucristo. Hagamos de la Cruz un símbolo de victoria en nuestras vidas, que
represente nuestra muerte al pecado y la nueva vida en Cristo.
Busca cada día el rostro de quien ocupó tu lugar en la
cruz, ofreciendo su vida para que tú puedas disfrutar de vida eterna. ¡A él sea
la gloria y el imperio por los siglos de los siglos, Amén!
Oración:
Amante Padre celestial, te ruego me ayudes a disponer mi
corazón y mi mente totalmente al proceso de negarme a mí mismo en todo aquello
que no está de acuerdo con tu palabra. Ayúdame a tomar mi cruz cada día y
obedecerte en todo. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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