¿Estás gozando del
privilegio de adorar a Dios?
Hebreos 12:18-24
“Porque no os habéis acercado al monte que
se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la
tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la
oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se
ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con
dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y
temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios
vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la
congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el
Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el
Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”.
El cartel afuera de la iglesia dice: “Culto de adoración:
Domingos 11 AM”. Esto debía detener el tránsito. Los que pasan por allí
deberían sacar sus bolígrafos y anotar la hora en sus agendas. Debía todo el
mundo estar consciente de que cuando una iglesia se reúne para adorar suceden
cosas maravillosas. Lamentablemente, aún hay muchos que dicen ser cristianos
que ignoran el profundo impacto espiritual de una verdadera adoración.
En la escritura de hoy, se nos hace énfasis del
privilegio y la gloria que conlleva la verdadera adoración para aquellos que
hemos aceptado a Jesucristo como Salvador. Primeramente nos remonta a la época
del éxodo de los israelitas, cuando fueron liberados de la esclavitud en
Egipto, y después de marchar por el desierto llegaron al Monte Sinaí donde Dios
los esperaba. El escenario que tenían enfrente en aquel momento era
verdaderamente intimidante: El monte “ardía en fuego”, una gran oscuridad les
rodeaba, en medio de una violenta tempestad se escuchaba el ensordecedor sonido
de una trompeta, y por encima de todo esto resonaba una voz de una manera tan
amenazadora que “los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no
podían soportar lo que se ordenaba”. La escena era tan aterradora que el mismo
Moisés dijo: “Estoy espantado y temblando”. Esto describe de manera clara la
naturaleza y el ministerio de la ley. Es una revelación de las justas demandas
de Dios y de su ira contra el pecado.
En Éxodo capítulo 20, la Biblia describe aquel momento.
Dice el versículo 18 que “ante ese espectáculo de truenos y relámpagos, de
sonidos de trompeta y de la montaña envuelta en humo, los israelitas temblaban
de miedo y se mantenían a distancia”. El pasaje de hoy continúa diciendo que
ahora nos hemos acercado “al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la
congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez
de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador
del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”. Los
creyentes no hemos venido a la abrumadora escena del Sinaí bajo los efectos de
la ley, sino a la preciosa manifestación de la gracia provista por la sangre
del Cordero de Dios, quien con su muerte en la cruz del Calvario hizo que “el
velo del templo se rasgara en dos, de arriba abajo” (Marcos 15:38). Ahora
tenemos entrada al Lugar Santísimo. No tenemos que mantenernos “a distancia”,
sino que podemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos
4:16). Este es el resultado de la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo.
Jesús le habló claramente sobre esto a la mujer
samaritana junto al pozo de Jacob. Allí le dijo: “Mas la hora viene, y ahora
es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu;
y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan
4:23-24).
Reflexiona cuidadosamente en la escritura de hoy y pídele
al Señor que te dé discernimiento espiritual para entender el precioso
privilegio que, como hijo o hija de Dios, tienes de acercarte a su trono de
gracia y disfrutar profundamente de un tiempo de genuina adoración.
ORACIÓN:
Amante Padre celestial, yo anhelo adorarte en espíritu y
en verdad, como tú quieres que te adoren. Pon en mi corazón un sincero deseo de
alabarte y proclamar tu gloria, y así unirme a las legiones de ángeles que
constantemente alaban y glorifican tu santo nombre. Por Cristo Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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