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martes, 13 de mayo de 2014

¿QUÉ TAN HUMILDE ERES CON LOS DEMÁS?


¿Qué TAN humilde ERES con los demás?  

Filipenses 2:3
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”.

En un vuelo internacional que partía de Johannesburg, Africa del Sur, un negro de la tribu bantú se sentó al lado de una elegante mujer blanca surafricana. Indignada, la mujer llamó a la azafata para quejarse.

—¿En qué puedo servirle, señora? — preguntó la azafata.

—¿Es que no se da cuenta? Su aerolínea me ha sentado al lado de un bantú. No soporto viajar junto a este repugnante negro. ¡Búsqueme otro asiento!

—Cálmese, por favor, señora — le respondió la azafata. Este vuelo está repleto, pero voy a ver si hay algún otro asiento disponible. Ante esto, la altanera mujer miró con desprecio al negro, y a su vez fue objeto de la mirada acusadora de los pasajeros testigos del incidente. A los pocos minutos regresó la azafata.

—Señora, tal como sospechaba, lamentablemente está llena toda esta sección en clase turista, pero nos queda un asiento en primera clase.

La altiva pasajera miró con petulancia y autosuficiencia a los demás pasajeros, pero antes de que pudiera decir nada, la azafata continuó:

—Un cambio como este a primera clase es realmente excepcional, así que fue necesario que el capitán mismo lo concediera. Dadas las circunstancias, el capitán consideró intolerable que una persona se viera obligada a sentarse al lado de otra tan detestable. Dicho esto, la azafata se dirigió al negro y le dijo:

—Disculpe, señor, tenga la bondad de tomar su equipaje de mano y acompañarme al frente, donde le tengo el asiento reservado.

Manifestando su aprobación, los pasajeros que fueron testigos del suceso aplaudieron a su compañero de vuelo mientras éste se dirigía a primera clase para acomodarse en su merecido asiento.

Con semejante actitud llevada a la práctica, cualquier empresa o compañía en la actualidad se anotaría un triunfo en las relaciones públicas, así como se cuenta que sucedió con aquella aerolínea. Ciertamente los demás podrán olvidar lo que decimos, pero jamás olvidarán la manera como los tratamos.

La Palabra de Dios nos enseña que debemos tratar a los demás con humildad, integridad y justicia. Al apóstol Pablo le preocupaba que todos nosotros tuviéramos “con qué responder a los que se dejan llevar por las apariencias y no por lo que hay dentro del corazón” (2 Corintios 5:12). De esta manera respondió el capitán de la aerolínea a la mujer surafricana de esta anécdota. Pablo sabía que Dios no juzga por las apariencias, sino con justicia, como su Hijo Jesucristo nos exhortó a que hiciéramos en Juan 7:24: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”.

Cuando Dios envió al profeta Samuel a ungir al que sería el próximo rey de Israel, le dio la siguiente recomendación: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Como cristianos debemos enfocar nuestros esfuerzos a valorar las personas por sus principios y actitudes por encima de la apariencia externa.

¡Qué maravilloso sería este mundo si todos siguiéramos la enseñanza de Jesús con relación a la regla de oro que nos dejó como parte de su legado! Dice Mateo 7:12: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Es decir, que cada uno trate a los demás como quisiera que lo trataran a sí mismo. Esta sencilla regla es la receta divina para destruir todos los prejuicios que existen en este mundo, los maltratos, las injusticias. Pidamos a Dios que esta enseñanza se grabe en nuestros corazones y sobretodo que la apliquemos al tratar a aquellos que nos rodean.

ORACIÓN:
Amante Padre celestial, te ruego que tu Santo Espíritu implante esta enseñanza en mi corazón de modo que haya en mí una actitud humilde hacia mis hermano y hermanas de la Fe, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis familiares y todos aquellos con los que de una manera u otra me relaciono, y que yo pueda tratarlos como superiores a mí mismo en obediencia a tu palabra. En el nombre de Jesús, Amén.

¡Gracia y Paz!
Dios te Habla


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