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martes, 6 de agosto de 2013

¿HAS DECIDIDO ESPERAR EN EL SEÑOR?



Salmo 25:4-5
“Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día”.

Una vez hemos tomado la decisión de esperar en el Señor, debemos ser muy cuidadosos, pues el enemigo puede atacarnos, especialmente en estas áreas:

La primera es la tentación de volver atrás, y de nuevo enfrascarnos en la tarea de llevar a cabo nuestros propios planes. Esto nos llevaría en una dirección que está fuera de la voluntad de Dios para nuestras vidas, y por lo tanto nos alejaría de las bendiciones que el Señor ha preparado para nosotros al final del camino.

También hay ocasiones en las que, aun siguiendo el camino señalado por Dios, podemos cometer el error de ser impacientes. La impaciencia puede hacer que nos adelantemos al perfecto tiempo del Señor, y de esta manera interferir en sus planes. Dios pudo haber destruido las murallas de Jericó en un instante si hubiese querido, pero decidió hacerlo en siete días, después que el pueblo de Israel siguió sus instrucciones. Al séptimo día las murallas cayeron y Dios les entregó la ciudad de Jericó tal y como él lo había planeado (Josué capítulo 6). ¿Qué hubiera sucedido si Josué se impacienta y decide llevar a cabo el quinto día las instrucciones del séptimo día? Realmente no sabemos qué hubiera sucedido, sin embargo sí podemos saber lo que no hubiera sucedido. Con toda seguridad los planes de Dios no se hubieran llevado a cabo.

La inseguridad o el temor también pueden hacernos fallar y echar por el suelo los preciosos planes de Dios para nuestras vidas. Por eso debemos rechazar estos sentimientos en el nombre de Jesús. Cuando los israelitas llegaron frente a la Tierra Prometida, después de atravesar el desierto, Moisés, por orden de Dios, envió doce hombres a reconocer la tierra. A su regreso, diez de los doce espías dieron un informe totalmente negativo. Su temor y la inseguridad que sentían les hicieron verse a sí mismos como langostas delante de los habitantes de aquella tierra. De esta manera se expresaron frente al pueblo de Israel, transmitiendo a ellos el miedo que sentían de seguir adelante. Este fue el primer paso hacia la desgracia que cayó después sobre este pueblo.

Otra área sensible es la presión de otras personas. La gente tiende a tratar de imponer sus opiniones sobre nosotros, y a veces nos resulta difícil resistir. “Esta es la decisión correcta”, suelen decir. O “tengo la absoluta seguridad que esto es lo que debes hacer”. Sin embargo, por mucha lógica que parezca tener estos consejos, es la opinión de Dios la que debe prevalecer siempre. ¿Significa esto que no debemos escuchar los consejos de personas maduras espiritualmente? No, pero no debemos marchar adelante movidos por esos consejos hasta que tengamos confirmación del Señor. Los israelitas hicieron caso a aquellos hombres en lugar de mantenerse firmes en continuar adelante con el plan que Dios les había indicado por medio de Moisés. Resultado: ninguno de ellos pudo disfrutar de las bendiciones que el Señor tenía preparadas en la Tierra Prometida. Tiempo después, por medio del profeta Isaías, Dios le dijo a este pueblo rebelde: “¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar” (Isaías 48:18).

El rey David pasó por difíciles experiencias en su vida. En muchos de sus salmos mostró su impaciencia con Dios, clamando que lo librara de sus enemigos, y exigiendo que los destruyera inmediatamente. Con el tiempo, David aprendió a reconocer y a esperar el tiempo del Señor, y siendo un anciano escribió este valioso consejo que puede sernos de gran utilidad: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él” (Salmo 37:7).

Si deseas disfrutar plenamente de las preciosas bendiciones que Dios tiene preparadas para ti, continúa esperando en él, y buscando cada día su dirección y el camino que debes seguir. Persiste en la oración y la lectura de la Palabra y el Señor te mostrará su camino.

ORACIÓN:
Mi amante Padre celestial, te ruego me reveles con absoluta claridad tus planes para mi vida, y me muestres el camino que tú deseas que yo siga. Por favor, dame la fuerza y el valor para obedecerte siempre y ayúdame a esperar en ti confiadamente. Te lo pido en el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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