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domingo, 4 de noviembre de 2012

¿QUÉ PUEDEN LEER LOS DEMÁS EN TI?



2 Corintios 3:2-3
"Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón".

Esteban era un joven estudiante cristiano que viajaba en tren cada fin de semana a casa de sus padres. Diligentemente entablaba conversación con sus compañeros de viaje y aprovechaba todas las oportunidades para hablar de Jesús al cual conocía como su Salvador y verdadero amigo desde hacía muchos años. Cierto día, durante la guerra en la ex Yugoslavia, su compañero de asiento en el viaje le comentó: "¿Vio usted estas atrocidades en la ex Yugoslavia? Me parece que es una verdadera guerra religiosa. La verdad es que, aunque lo quisiera, no podría creer en Dios viendo la actitud de los cristianos".

"En efecto - le contestó Esteban - es muy triste ver a personas que dicen ser cristianas y niegan las enseñanzas de Cristo. Pero no olvide que Jesús nunca predicó que se creyera en los cristianos para ser salvo. Es necesario creer en él y poner en práctica sus enseñanzas. En su tiempo de ministerio aquí en la tierra Jesús enseñó: “Amad a vuestros enemigos... bendecid a los que os maldicen” (Lucas 6:27-28). La palabra de Dios dice: “No paguéis a nadie mal por mal” (Romanos 12:17). Por eso primeramente hay que preguntarse si se trata de verdaderos cristianos". Verdaderamente estas palabras de Esteban estuvieron llenas de la verdad y la sabiduría de Dios. Con seguridad hicieron reflexionar a su compañero de viaje en cuanto a su concepto acerca de los cristianos.

Ser un verdadero cristiano significa ser un seguidor de Cristo y aplicar las enseñanzas del Maestro a sus vidas en todo momento. No basta ir a la iglesia los domingos o ser un buen vecino o un buen compañero de trabajo; es indispensable reflejar a todos el carácter de Cristo, y para esto es necesario en primer lugar conocer al Señor íntimamente. Esto sólo se consigue leyendo su palabra día tras día. En segundo lugar debemos permitir que el Espíritu Santo haga su obra transformadora en nuestras vidas. Entonces podremos ser para el mundo la luz a la que Jesús se refirió en Mateo 5:14-15. Los verdaderos cristianos son como postes que indican el camino hacia Jesús. Pudiera ser que un poste esté torcido, que haya perdido el color a causa de la lluvia, incluso que se haya inclinado; pero lo importante es que todavía se pueda leer lo que indica y que el destino indicado sea verdaderamente Jesucristo.

El auténtico cristianismo es más que simplemente una religión, es una relación íntima con Dios. Resulta del cambio interior que el encuentro personal con Cristo produce en el corazón. Entonces, la vida del creyente toma una nueva dirección, pues da la espalda a ciertos objetivos para dirigirse a otros mucho mejores. Sus prioridades ya no se basan en “las cosas de la tierra”, sino que pone “la mira en las cosas de arriba” (Colosenses 3:2). Ejemplo de este tipo de cambio profundo fueron los creyentes de Tesalónica los cuales se convirtieron “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero”, según cuenta el apóstol Pablo en 1 Tesalonicenses 1:9.

No olvidemos que siempre habrá alguien que estará observándonos. Somos cartas abiertas leídas por el mundo para gloria de Dios y beneficio de los que nos rodean o para deshonra de nuestro Padre celestial y desgracia de aquellos en quienes influimos, dependiendo de nuestro testimonio. Si diariamente buscamos el rostro del Señor en oración y escudriñamos su palabra, el carácter de Cristo se irá formando en nosotros, y nuestro testimonio glorificará el nombre de Dios.

ORACIÓN:
Bendito Dios, es mi anhelo reflejar a todos el carácter y el amor de Jesús. Por favor lléname de tu Santo Espíritu y controla completamente mi vida para que mi testimonio glorifique tu nombre y sea de bendición para los que me rodean. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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