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lunes, 5 de noviembre de 2012

¿CÓMO ES TU RELACIÓN CON EL SEÑOR?



Apocalipsis 3:20
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”

Aunque en muchas ocasiones este pasaje se utiliza con fines de evangelizar a los no creyentes, lo cierto es que esta carta la escribe el apóstol Juan, por revelación del Señor Jesucristo, a una de las siete iglesias de Asia, la iglesia de Laodicea. Jesús hace una invitación a aquellos que han creído en él, es decir a su iglesia, a cenar con él. Jesús dice que él está tocando a la puerta. ¿A qué puerta se refiere? A la puerta del corazón. El dice que entrará y cenará con aquel que escuche su voz y abra la puerta de su corazón.

En aquellos tiempos el desayuno y el almuerzo se tomaban de manera muy similar a los tiempos actuales. Cada miembro del hogar desayunaba un poco a la carrera a medida que iban saliendo para el trabajo. El almuerzo lo tomaban en cualquier lugar donde se encontraban a esa hora. Pero la cena era algo muy distinto. Todos juntos se sentaban a la mesa y como no había televisión, ni cine, ni nada que hacer por la noche, aquel era el momento en que la familia podía compartir y conversar acerca de las actividades del día, tranquilamente, sin apuros. Era un rato de verdadera comunión familiar.

Cuando Jesús habla de cenar con aquel que abra la puerta de su corazón, realmente está hablando de una íntima comunión. Está mostrando su deseo de relacionarse con cada uno de nosotros de una manera personal, profunda, sin ninguna prisa. La principal necesidad de nuestra vida cristiana es la comunión con el Señor. La vida espiritual dentro de nosotros viene de Dios, y es completamente dependiente de él. Tal como necesitamos cada momento respirar el aire renovado, tal como el sol cada momento envía su luz a la tierra, así como el agua del arroyo se renueva constantemente, nuestros espíritus sólo pueden ser renovados en la comunicación directa con Dios sobre una base diaria.

El maná de un día se corrompía al día siguiente. En la oración modelo aprendimos a pedir “el pan nuestro de cada día”. Así mismo, cada día debemos tener la gracia fresca del cielo, que viene a través del Espíritu Santo cuando tenemos una íntima comunión con el Señor. Comienza cada día buscando la santa presencia de Dios, y dejando que él te abrace.

Quizás tú hayas aceptado a Jesucristo como tu Salvador. Un día lo recibiste en tu corazón y Jesús entró. La pregunta es: ¿Acaso lo has dejado sentado en la sala, esperando, mientras tú te ocupas de otras cosas por los cuartos, o haciendo algo en la cocina, o limpiando algún área de la casa, mientras tu huésped de honor está solo en la sala? Resiste el afán y el “corre-corre” de esta vida, y dedica cada día un tiempo, temprano en la mañana, si es posible, a disfrutar de la comunión con el Señor. El día te rendirá más, te cansarás menos, y aunque te encuentres algunas situaciones difíciles mantendrás la paz y el gozo de Dios en tu corazón.

La Biblia dice que las misericordias de Dios son nuevas cada mañana (Lamentaciones 3:23). David comenzaba cada día buscando el rostro del Señor. En el Salmo 63:1 escribió: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela...” Y al terminar el día podía declarar con autoridad: “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Señor, me haces vivir confiado” (Salmo 4:8). David era un hombre conforme al corazón de Dios, afirma 1 Samuel 13:14. ¿Quieres tú también llegar a ser conforme al corazón de Dios?.

Trata de vivir una vida de íntima comunión con el Señor. Toma tiempo para encontrarte con él diariamente. No te apresures en tus momentos de oración, disfruta ese tiempo profundamente, hasta que sientas que la paz y el gozo de Dios te envuelven totalmente, como declaró David en el Salmo 37:4: “Deléitate asimismo en el Señor, y él te concederá las peticiones de tu corazón”. Busca su rostro cada día en oración, escudriña las Escrituras, medita en ellas, sigue sus instrucciones, aplícalas a tu diario vivir. Así sentirás la dulce presencia del Señor en tu vida, y recibirás abundantes bendiciones.

ORACIÓN:
Padre santo, yo anhelo vivir en constante comunión contigo. Ayúdame a levantarme cada día con un corazón dispuesto a adorarte y listo para rendirme ante tu santa presencia. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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