2 Pedro 2:9-18
“Sabe el Señor librar de
tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el
día del juicio; y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en
concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces,
no temen decir mal de las potestades superiores, mientras que los ángeles, que
son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra
ellas delante del Señor. Pero éstos, hablando mal de cosas que no entienden,
como animales irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su
propia perdición, recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por
delicia el gozar de deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas, quienes
aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores. Tienen los ojos
llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes,
tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición. Han dejado
el camino recto, y se han extraviado siguiendo el camino de Balaam hijo de
Beor, el cual amó el premio de la maldad, y fue reprendido por su iniquidad;
pues una muda bestia de carga, hablando con voz de hombre, refrenó la locura
del profeta. Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta;
para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre. Pues hablando
palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y
disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error”.
Dios nos previene en contra de
los deseos incorrectos, porque las pasiones pecaminosas pueden producir vacío,
sufrimiento, frustración, dolor e incluso la muerte. Los creyentes sabios dejan
que el Padre dirija sus anhelos, y luego hacen los cambios que sean necesarios.
Los deseos impuros han sido parte
de la naturaleza “carnal” desde la caída del hombre, y puede que se nos haga
difícil verlos en nosotros mismos. En vez de cosas evidentes como el robo, las
drogas o la inmoralidad, esos deseos involucran a menudo más actitudes y
conductas sutiles, como desear la caída de un rival, el desprecio a la
autoridad (2 Pedro 2:10), la obsesión por las riquezas (1 Timoteo 6:9), o
incluso hablar con palabras infladas y vanas. Puesto que las pasiones mundanas
pueden causar gran daño (2 Pedro 2:18), los creyentes deben rechazarlas. Pero
no podemos vencer estos deseos con nuestras propias fuerzas. La única manera de
vivir con rectitud es someterse al Espíritu de Dios.
El Señor conoce nuestros deseos,
y entiende los errores sinceros. Cuando un creyente interpreta mal la guía del
Espíritu, o recibe un mal consejo, Dios mira el corazón. Puede permitir que
suframos las consecuencias de una mala decisión, pero no avergonzará a sus
hijos cuando comenten un error sin querer. Él puede convertir una situación
mala en algo bueno (Romanos 8:28).
Dios puede salvarnos de los
deseos mundanos, pero debemos estar dispuestos a comprometernos con Él y
confiar en Él. Cuando ponemos nuestras vidas totalmente en las manos del Padre,
podemos reclamar las maravillosas promesas que Él tiene para nosotros, y
después descansar en su gracia.
“Gracia Y Paz”
Meditación Diaria
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