Hebreos 11:23.
“Por la fe Moisés, cuando nació,
fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y
no temieron el decreto del rey”
Quizás en la Biblia no haya un ejemplo
de fe más conmovedor que el de los padres de Moisés. Estaban esperando un hijo,
pero un decreto del Faraón obligaba a echar al río Nilo a todos los hebreos
varones recién nacidos (Éxodo 1:22). Podemos imaginar esos largos meses de
espera antes del nacimiento del anhelado bebé, las oraciones cotidianas de sus
piadosos padres y su confianza en Dios. A pesar de la orden del rey, decidieron
esconder al niño, obedeciendo así “a Dios antes que a los hombres” (Hechos
5:29).
Al cabo de tres meses no pudieron
esconderlo más; la madre llena de fe tomó una canasta de juncos, la calafateó
con asfalto y brea, colocó en ella al niño y la deslizó entre las cañas del
río, bajo la vigilancia de su hermana. Dios también velaba sobre el niño y
respondió a la confianza depositada en él. Permitió que la hija del Faraón
encontrase al niño y confiara a la misma madre sus cuidados durante los
primeros años de su vida (Éxodo 2:1-10).
¡Qué aliento para todos los
padres creyentes! Después de los primeros años en los que la educación parece
más fácil, llega el momento en que nuestros hijos se ven expuestos al entorno
exterior. Entonces hay que construir día a día la “canasta de juncos”, es
decir, una protección contra las malas influencias del mundo. Pero, por encima
de todo, encomendemos con fe nuestros hijos a los cuidados del Señor, el único
que puede guardarlos.
“Gracia y Paz”
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