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lunes, 7 de mayo de 2012


Una iglesia compasiva

Lucas 10:25-37
“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? El le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”.

Entiende usted que los creyentes no deben mirar más allá del cuerpo de Cristo para encontrar respuestas a sus necesidades? Fuimos hechos para ser un cuerpo que se vale por sí mismo. Después de varias décadas en el ministerio, he encontrado solo una manera para que la iglesia funcione como debe: los creyentes deben comprometerse a darse a sí mismos en beneficio de los demás.

Por ejemplo, un hombre decide orar y luchar al lado de un hermano que sufre, hasta que la gravosa situación se resuelva. O una mujer se ofrece a responder las preguntas que tiene una creyente nueva sobre el mensaje del domingo. Hay muchas otras formas de servir a otros, tales como transportando a una persona anciana a la iglesia, enseñando una clase de la escuela dominical, o visitando a una agotada madre soltera para escuchar sus preocupaciones.

Antes de que las necesidades que hay en su iglesia le agobien, permítame recordarle que el amor a los hermanos es un esfuerzo de toda la iglesia. Una sola persona no puede satisfacer todas las necesidades. Así que si usted se compromete a servir a un pequeño grupo de personas que Dios ha traído a su vida, y renuncia a sus preferencias centradas en usted mismo en cuanto a tiempo y recursos, el Señor le bendecirá con más gozo y más contentamiento de los que usted jamás haya conocido.

Servir a los demás antes de servirse a uno mismo es practicar el cristianismo auténtico. Estoy seguro de que si nos comprometemos a dar respuesta a las necesidades que el Señor nos presente, nuestras iglesias serán transformadas en un verdadero cuerpo de creyentes que funcionan juntos para la gloria de Dios.

“Gracia, Misericordia y Fe”
(encontacto.org)

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