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lunes, 7 de mayo de 2012


¿Puedes confiar en tu conciencia?

1 Timoteo 1:18-19
“Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos.”

Dios nos ha dado una conciencia para que distingamos entre lo que es moralmente bueno y lo que es malo. Nuestra conciencia puede ayudarnos a evitar “naufragios” en nuestras vidas, dependiendo de las condiciones en que se encuentre. La conciencia es una especie de radar espiritual, y la condición en la que se mantenga determinará qué tanto se puede confiar en ella. En el pasaje de hoy, el apóstol Pablo aconseja a su hijo espiritual Timoteo que mantenga “la fe y buena conciencia.” La buena conciencia es la que se mantiene sin mancha por la confesión de pecados (1 Juan 1:9), y la obediencia a la Palabra de Dios. Ésta refleja el deseo de conocer y seguir la voluntad de Dios, de manera que cuando pecamos sabemos de inmediato que necesitamos arreglar cuentas con el Señor. Sin embargo, cuando la conciencia no está en buenas condiciones no puede mostrarnos la dirección correcta a tomar.

Por ejemplo, una conciencia legalista está llena de leyes y normas, y este legalismo hace que juzguemos nuestros actos basados en reglas humanas. Es decir, creamos nuestro propio sistema de radar lleno de deberes, prohibiciones y obligaciones, y lo utilizamos para determinar lo que es bueno y lo que es malo. Pero al hacerlo no llegamos a discernir la justicia de Dios, la cual nunca puede ser sustituida por la justicia humana. Un ejemplo de esto lo tenemos en los fariseos, los cuales tenían sus propias leyes y actuaban movidos por ellas, creyendo que estaban muy bien. Sin embargo, a ellos se refirió Jesús en el Sermón del Monte cuando dijo: “Os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 5:20). El pecado y la autosuficiencia crean una conciencia corrompida. Si nos guiamos por ella, seremos incapaces de discernir lo que es correcto y verdadero. Excusas como “no puedo evitarlo” o “es que yo soy así”, nos hacen insensibles al pecado, y por lo tanto creemos que todo está “bien” y que no es necesario rectificar.

Hay varios pasos que debes seguir para mantener tu conciencia limpia y en buen estado:

1. Escudriña la Palabra de Dios y aplícala a tu vida diaria. A medida que pongas en práctica “la ley perfecta, la de la libertad”, como dice Santiago 1:25, tu conciencia se volverá más fuerte porque conocerá mejor el corazón de Dios.

2. Ora antes de tomar decisiones. En vez de decidirte por algo sólo porque te parece apropiado o te hace sentir bien, trae al Señor todas tus dudas y preocupaciones, y pon atención a su voz.

3. Hazte el propósito de obedecer a Dios. Si tú deseas hacer las cosas como Dios manda, siempre te preguntarás: ¿Qué quiere el Señor que yo haga? Esta práctica te permitirá discernir y seguir la dirección del Espíritu.

4. Adquiere una mayor receptividad a la convicción del Espíritu. Ya no estamos más bajo condenación, dice Romanos 8:1, y esto nos capacita para reconocer la diferencia que hay entre la convicción del Espíritu Santo y las acusaciones del enemigo. El Espíritu siempre nos muestra exactamente lo que necesita arrepentimiento; él no nos da una vaga sensación de culpa. Su convicción tiene el propósito de hacernos volver al Señor si nos hemos desviado de su camino.

5. Abandónate a la perfecta voluntad de Dios. Si te reconsagras cada día para ser un “sacrificio vivo” sólo para Dios, tu conciencia te orientará hacia el Señor. Cuando te niegas a conformarte a las normas de este mundo, y renuevas tu manera de pensar conforme a la mente de Cristo, podrás “comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1-2).

ORACION:
Amantísimo Dios, por favor ayúdame a guardar mi mente de la suciedad y corrupción de este mundo, y a crear el hábito de buscar tu rostro cada día, escudriñar tu Palabra y actuar conforme a tu voluntad, y que mi conciencia pueda alertarme de lo malo y dirigirme siempre conforme a tus principios. En el nombre de Jesús. Amén.

“Gracia, Misericordia y paz”
Carlos Martínez M
(diostehabla.com)

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