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sábado, 20 de diciembre de 2014

LOS VERDADEROS PROFETAS DE DIOS...


Los verdaderos profetas de Dios, en el Antiguo Testamento de la Biblia, no eran motivadores que estaban buscando la manera de congraciarse con el público y de anunciar lindas frases que los hiciera más famosos y exitosos, ¡no!, no los verdaderos; porque también estaban los falsos profetas que sí eran expertos en decir lo que la gente quería oír, aunque fuesen mentiras maquilladas de verdades y religiosamente servidas para el consumo.

Natán, quien desnudara los pecados de adulterio y homicidio del rey David para llevarlo a un sincero arrepentimiento, no tuvo ningún problema en reconocer y enmendar un día una metida de pata.

Sucede que David le dice que desea construirle un hermoso templo a Dios, por lo cual el profeta, llevado por su buen deseo, le dice que adelante, que haga todo lo que está en su corazón, ya que Dios está con él. Pero esa misma noche Dios le habla a Natán y le pide que vaya donde David y le comunique que él no es el escogido para construirle casa, sino que será un descendiente suyo, como efectivamente lo fue Salomón, su hijo, a quien le dejó todo listo para la edificación. Así es que Natán con todo y su prestigio de profeta tuvo que ir al otro día donde el rey David y decirle algo como esto:

“su majestad va a tener que disculparme porque yo ayer le dije que la idea de construirle un templo a Dios era muy buena y que lo hiciera conforme estaba en su corazón, porque Dios estaba con usted. Pero sucede que anoche mismo Dios me hablo y me dijo que… (blablablá) …así es que perdóneme rey pero una cosa es lo que yo, como persona, como ser humano que lo aprecia y lo respeta, le desea. Pero otra muy diferente es lo que yo, como profeta, como vocero de Dios, tengo que decirle”.

“Rey David: si el profeta Samuel reconoció que siete veces metió la pata cuando intentó ungir como rey a siete hermanos suyos, yo también tengo que reconocer que ayer le di una palabra motivacional y no profética”.

Un verdadero profeta de Dios jamás se atreverá usar su don o prestigio para decir que Dios dijo algo cuando en realidad Dios no ha dicho nada.

(Leer: 1 Crónicas 17:1-4, 11-14).

¡Gracia y Paz!
Edición: Carlos Martínez M.
Donizetti Barrios

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