Los verdaderos profetas de Dios, en el Antiguo Testamento
de la Biblia, no eran motivadores que
estaban buscando la manera de congraciarse con el público y de anunciar lindas
frases que los hiciera más famosos y exitosos, ¡no!, no los verdaderos; porque también estaban los falsos
profetas que sí eran expertos en decir lo que la gente quería oír, aunque
fuesen mentiras maquilladas de verdades y religiosamente servidas para el
consumo.
Natán, quien
desnudara los pecados de adulterio y homicidio del rey David para llevarlo a un
sincero arrepentimiento, no tuvo ningún problema en reconocer y enmendar un día
una metida de pata.
Sucede que David le
dice que desea construirle un hermoso templo a Dios, por lo cual el profeta,
llevado por su buen deseo, le dice que adelante, que haga todo lo que está en
su corazón, ya que Dios está con él. Pero esa misma noche Dios le habla a Natán
y le pide que vaya donde David y le comunique que él no es el escogido para
construirle casa, sino que será un descendiente suyo, como efectivamente lo fue
Salomón, su hijo, a quien le dejó todo listo para la edificación. Así es que
Natán con todo y su prestigio de profeta tuvo que ir al otro día donde el rey
David y decirle algo como esto:
“su majestad va a
tener que disculparme porque yo ayer le dije que la idea de construirle un
templo a Dios era muy buena y que lo hiciera conforme estaba en su corazón,
porque Dios estaba con usted. Pero sucede que anoche mismo Dios me hablo y me
dijo que… (blablablá) …así es que perdóneme rey pero una cosa es lo que yo,
como persona, como ser humano que lo aprecia y lo respeta, le desea. Pero otra muy
diferente es lo que yo, como profeta, como vocero de Dios, tengo que decirle”.
“Rey David: si el
profeta Samuel reconoció que siete veces metió la pata cuando intentó ungir
como rey a siete hermanos suyos, yo también tengo que reconocer que ayer le di
una palabra motivacional y no profética”.
Un verdadero
profeta de Dios jamás se atreverá usar su don o prestigio para decir que Dios
dijo algo cuando en realidad Dios no ha dicho nada.
(Leer: 1 Crónicas
17:1-4, 11-14).
¡Gracia y Paz!
Edición: Carlos
Martínez M.
Donizetti
Barrios
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