¿CÓMO ORAS TÚ?
Salmo 63:1
“Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te
buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela”
La Biblia nos exhorta a pasar tiempo en oración, pues
esto fortalece nuestro espíritu y nos permite entablar una comunión íntima con
nuestro Padre celestial. El pasaje de hoy nos dice que David solía buscar el
rostro del Señor de madrugada y pasar tiempo con él. También el profeta Isaías
buscaba diariamente la presencia de Dios. En Isaías 26:9, él expresó su anhelo:
“Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu
dentro de mí, madrugaré a buscarte”. Y el mismo Jesús muchas veces pasaba la
noche orando, como nos cuenta Lucas 6:12: “En aquellos días él fue al monte a
orar, y pasó la noche orando a Dios”. Sin duda es maravilloso retirarse por
horas en la presencia del Señor, y dejar que la paz de su Santo Espíritu nos
inunde. Sin embargo, en el mundo actual, en el que la vida se vive “a la
carrera” sin apartar un tiempo para compartir con la familia o las amistades,
generalmente a muchos les es difícil dedicar un tiempo largo para orar.
Una pequeña historia cuenta que un anciano harapiento,
cada día a las doce entraba a un templo, permanecía unos pocos minutos dentro y
se iba. El cuidador del templo estaba preocupado ante aquella extraña actitud.
Todos los días lo vigilaba cuidadosamente para estar seguro que nada se
llevaba. Y todos los días a las doce en punto entraba la andrajosa figura. Un
día el cuidador se le acercó, y le dijo:
– Oiga, amigo, ¿a qué viene todos los días al templo?
– Vengo a orar – contestó cortésmente el anciano.
– Pero – dijo cautelosamente el cuidador – usted no se
queda tanto tiempo como para orar.
– Solamente lo necesario. No sé hacer largas oraciones,
pero todos los días vengo y digo: “Jesús, soy Jaime”. Entonces espero un
minuto, y me voy. Pienso que él me escucha aunque sea corta la oración.
Un día, cuando cruzaba la calle, un vehículo arrolló a
Jaime, y este fue hospitalizado con una pierna rota. La sala donde lo pusieron
era un lugar molesto para las enfermeras encargadas. Algunos de los hombres
estaban malhumorados y en actitud miserable y otros no hacían más que quejarse
y gruñir desde la mañana hasta la noche. Poco a poco los hombres fueron dejando
sus rezongos hasta que llegaron a mostrar alegría y conformidad. En una
ocasión, cuando la enfermera recorría la sala, oyó reír a los hombres.
– ¿Qué les ha pasado? ¡Se ven tan contentos!
– Es el viejo Jaime, contestaron. Siempre está alegre,
jamás se queja aunque su posición es bastante incómoda y padece fuertes
dolores.
La enfermera fue hasta la cama de Jaime, donde con su
cabeza plateada, yacía acostado con una mirada angelical en el rostro
sonriente.
– Bien, estos hombres dicen que tú eres el causante de la
transformación de esta sala. Dicen que estás siempre feliz.
– Es verdad, enfermera. No puedo evitarlo. Es mi
visitante. ¡Él me hace feliz!
– ¿Visitante? – La enfermera estaba asombrada, porque no
había notado que alguien estuviera visitando a Jaime. Su silla siempre estaba
vacía durante las horas de visita.
– Cuándo viene la visita?, le preguntó.
– Todos los días – contestó Jaime con los ojos iluminados
por una brillantez creciente – Sí, todos los días a las doce. Él viene y se
para junto a mi cama. Yo lo veo allí. Él me sonríe y me dice: “Jaime, soy
Jesús” –
Cuando sólo contamos con unos minutos, podemos dedicarlos
a buscar la presencia de Dios con un corazón sincero y deseoso de adorarlo.
Aunque nuestra oración sea corta, nuestro Padre celestial puede ver nuestro
anhelo de estar cerca de él. No es necesario decir largas y complejas
oraciones. Lo más importante es que salgan de un corazón humilde, y que estén
apoyadas por una fe inquebrantable en el poder y el amor de Dios. También
podemos tratar de mantener una conciencia de la compañía del Señor con nosotros
durante todo el día y conversar con él siempre que podamos, ya sea mientras manejamos
el automóvil, o en la sala de espera de la consulta del doctor, o mientras
estamos esperando en una fila. De esta manera no nos parecerá tan difícil hacer
lo que nos dice 1 Tesalonicenses 5:17: “Orad sin cesar.”
Oración:
Padre santo, te ruego que tu Espíritu Santo mantenga en
mí el deseo de buscarte y adorarte en todo momento y en cualquier
circunstancia, de manera que yo sienta constantemente el gozo y la paz de tu
presencia en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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