¿SABES QUE NECESITAS PARA LA GUERRA QUE ESTAS LIBRANDO?
1 Pedro 5:8-9
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro
adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos
padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo”.
Todos los días recibimos noticias, a través de la
televisión, la radio y los periódicos, de guerras, asesinatos y todo tipo de
violencia en todo el mundo. Desde el Medio Oriente hasta África y hasta Centro
y Sur América, los seres humanos se están matando unos a los otros
indiscriminadamente. Día tras día se producen homicidios, asaltos, violaciones,
violencia y odio en todas las posibles manifestaciones.
Pero hay también otra guerra llevándose a cabo, que
destruye mucho más y causa mucho más dolor y desesperación que cualquiera de
estas guerras. Y lo peor del caso es que la mayoría de las personas no están conscientes
de la existencia de esta guerra, siendo por lo tanto mucho más susceptibles a
los ataques de un enemigo que permanece invisible, pero que causa terribles
efectos en la humanidad. A esta guerra se refiere la Santa Palabra de Dios que
dice: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados,
contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).
Es una guerra espiritual ante la cual nosotros solos nada podemos hacer. No
estamos capacitados para ver a este enemigo invisible, mucho menos para
enfrentarnos a él y muchísimo menos para vencerlo.
En la escritura de hoy, al diablo se le compara con un
león rugiente que nos busca para devorarnos. Algunos dicen que Satanás es “un
león que no tiene dientes”, quizás queriendo decir que no puede hacernos daño.
Pero eso no es cierto. Eso es lo que el diablo quiere que creamos, que él “no
tiene dientes”, para que nos descuidemos y entonces destruirnos. ¡Claro que
tiene dientes! ¡Y grandes dientes! Si no fuera así, el Señor no nos estuviera alertado
diciéndonos que ese león anda “buscando a quien devorar”. Ciertamente no se
trata de dientes físicos, pero es entendible que ese “león” puede destruir
nuestras vidas si nos descuidamos. Demos gracias a Dios porque tenemos la seguridad
de que si nos mantenemos bajo su manto protector, ese león no podrá usar sus dientes
contra nosotros porque nuestro Dios Todopoderoso le cierra su boca para que no
pueda hacernos daño, de la misma manera que protegió a Daniel cuando lo echaron
en el foso de los leones, y al día siguiente pudo decir al rey Darío: “Mi Dios
envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen
daño” (Daniel 6:22).
Por eso el apóstol Pablo en este mismo pasaje de Efesios
6, versículos 10 y 11 nos dice: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el
Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para
que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”. El apóstol Santiago
complementa lo dicho por Pablo y Pedro, en Santiago 4:7: “Someteos, pues, a
Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”.
No luches contra las circunstancias negativas, contra las
personas que te hieren y que tratan de hacerte la vida imposible; escucha la
voz del Espíritu Santo hablándote a través de la Escritura. Levanta tus brazos y tu mirada al cielo, sométete a Dios y él se encargará de pelear por ti
y te dará la victoria.
La fortaleza de Dios viene a nosotros cuando reconocemos
nuestra necesidad de él. Estudiemos su Palabra día con día y dediquemos un
tiempo a meditar en ella y postrémonos en oración ante su santa presencia. Hay un
dicho que dice: “Nada hace temblar tanto a Satanás como ver a un cristiano de
rodillas”. Porque él sabe que nada puede hacer en contra del poder de Dios
manifestado a través de la oración.
Oración:
Gracias, Padre amado, por la protección que me ofreces cuando
me consagro en el estudio de tu Palabra. Fortaléceme con tu poder y capacítame
para resistir los ataques del enemigo, y así permanecer firme en tus principios,
disfrutando de la victoria que viene solamente de ti. En el poderoso nombre de
Jesucristo, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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