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lunes, 6 de octubre de 2014

¿NO PUEDES CONTROLAR TU ANSIEDAD?



¿NO PUEDES CONTROLAR TU ANSIEDAD?

1 Pedro 5:6-7
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”

La ansiedad es un estado del ánimo que se manifiesta con mucha inquietud y nerviosismo. Esto produce en la persona ansiosa, impaciencia, cansancio físico y mental, irritabilidad, dificultad para conciliar el sueño (insomnio), alta presión arterial, palpitaciones o taquicardia, y muchos otros efectos negativos. Es decir, la persona que está sufriendo de ansiedad vive en un estado de constante angustia y carece totalmente de paz y tranquilidad espiritual. Esto hace su vida miserable, y asimismo afecta a los que están a su alrededor.

Con mucha frecuencia la ansiedad está asociada a preocupaciones que existen en la mente de una persona. Por ejemplo: una difícil situación económica, la espera de los resultados de unos análisis o pruebas médicas, el extraño comportamiento de un hijo adolescente. De igual manera podemos sentir ansiedad cuando esperamos una noticia que demora mucho en llegar, o cuando se aproxima una situación a la que tendremos que enfrentarnos y sabemos que será muy incómoda y desagradable. También puede ser miedo a tener un accidente, o a quedarse sin trabajo, a enfermarse o a morir.

Estas y muchas otras pueden ser las causas que produzcan ansiedad en una persona. Pero, cualquiera sea el origen, la escritura de hoy nos exhorta a que la “echemos” sobre nuestro Padre celestial. “Echar”, según el diccionario, es: “Hacer que una cosa vaya a parar a alguna parte, dándole impulso con la mano o de otra manera”, es decir ponerla lejos de nosotros. En este caso implica que nos libremos de toda esa ansiedad que nos está afectando. Esto, obviamente, resulta muy difícil para una persona que se encuentra en tal estado de nerviosismo y desequilibrio emocional. Lo primero que nos dice nuestro Padre amoroso, por medio del apóstol Pedro es que nos humillemos, es decir que seamos humildes y reconozcamos nuestra incapacidad de resolver la situación por nosotros mismos. Una vez estamos conscientes de esto, nos refugiamos bajo “la poderosa mano de Dios”, y “echamos toda nuestra ansiedad sobre él” con la absoluta seguridad de que “él tiene cuidado de nosotros”. Entonces, “cuando fuere tiempo”, o sea de acuerdo a sus planes para nuestras vidas, él nos levantará y nos exaltará. De esto tenemos que estar seguros, pues siempre que acudimos a Dios, confiando en él, nos responde y nos ayuda.

El apóstol Pablo, estando preso en una cárcel en Roma, rodeado de incomodidades, siendo humillado y torturado, y esperando ser ejecutado de un momento a otro, fue capaz de encontrar paz orando constantemente. Así escribió una carta a los cristianos de Filipos, exhortándolos a no estar ansiosos o afanosos sino a llevar su ansiedad delante de Dios en oración. Dice Filipenses 4:6-7: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Recordemos siempre que la oración es nuestra mejor arma contra el afán y la ansiedad. El autor del Salmo 119 estaba pasando por momentos muy difíciles cuando clamó a Dios diciendo: “Se deshace mi alma de ansiedad; susténtame según tu palabra” (Salmo 119:28). Sigamos estos ejemplos y busquemos la santa presencia de Dios en medio de las pruebas.

Si has orado, pero continúas sintiendo ansiedad es porque no la has echado totalmente sobre Dios. No has confiado lo suficiente e inconscientemente te has quedado con esa ansiedad dentro de ti. Continúa orando, clama al Señor, reconoce ante él tu incapacidad de soltar tu ansiedad, humíllate ante él, pídele que te ayude y él te ayudará. Mentalmente visualiza la acción de tomar tu ansiedad y “echarla” fuera de ti, directamente en los brazos de nuestro Abba Padre. Persiste en la oración hasta que sientas que la paz inefable del Señor inunda todo tu ser.

¡Gracia y Paz!
Dios te Habla

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