1 Pedro 4:12
“Amados, no os sorprendáis del fuego de
prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña
os estuviera aconteciendo”
La fe sin pruebas, sin lugar a dudas, es una fe débil, y
probablemente mientras esté sin pruebas ha de permanecer enana.
La fe solo prospera cuando todas las cosas le son contrarias:
las tormentas son sus entrenadores y los relámpagos son sus iluminadores.
Cuando en el mar reina calma, puedes extender las velas como
quieras, pero tu nave no navegara hacia su puerto, pues en un mar dormido la
quilla duerme también. Es necesario que los vientos soplen furiosamente y que
las aguas se agiten, pues es así como el barco te podrá llevar al puerto
deseado, aunque se balancee de un lado al otro, y aunque su cubierta se lave
con las olas, y el mástil cruja bajo la presión de las infladas velas.
Ninguna flor tiene un azul tan hermoso como las que
crecen al pie de los helados ventisqueros.
Ninguna estrella brilla más que las que fulguran en el
cielo polar.
Ninguna agua tiene un gusto más agradable que la que
corre por el desierto de arena.
Ninguna fe es tan preciosa como la que vive y triunfa en
la adversidad.
La fe cuanto más se ejercita en la tribulación, más crece
en firmeza, en seguridad y en intensidad.
La fe es preciosa, y su prueba es preciosa también.
La fe probada trae experiencia. Si no hubieses estado
obligado a pasar por los ríos, no habrías creído en tu debilidad; si no
hubieses sido sostenido en medio de las aguas, nunca habrías conocido el poder
de Dios.
Zacarías 13:9
“…y los refinaré como se refina la plata, Y
los probaré como se prueba el oro. Invocarán Mi nombre, Y Yo les responderé;
Diré: 'Ellos son Mi pueblo,' Y ellos dirán: 'El SEÑOR es mi Dios”.
¡Gracia y Paz!
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