Salmo 24:3-4
“¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién
estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha
elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño”.
Al escuchar estas preguntas que hace el salmista, todos
levantaríamos la mano inmediatamente. ¿Quién no desea estar en “su lugar
santo”, cerca de Dios? ¡Realmente es maravilloso estar cerca del Señor! En su
presencia "hay plenitud de gozo”, dice el Salmo 16:11; en su presencia hay
paz, hay seguridad, hay protección contra todo lo malo de este mundo. Pero no
todos pueden llegarse hasta ese lugar santo. La escritura de hoy dice que sólo
puede llegar hasta allí el “limpio de manos y puro de corazón”. Todo lo que
está relacionado a Dios es limpio y puro, nada sucio o corrupto puede acercarse
a donde está el Señor. La suciedad del pecado nos separa de Dios, la limpieza
de nuestro corazón nos acerca a él. En el sermón del Monte Jesús enseñó a sus
discípulos: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”
(Mateo 5:8).
Cuando David cayó en pecado de adulterio al acostarse con
Betsabé, mujer de Urías heteo, y más tarde planeó la muerte de éste, perdió el
gozo de la presencia de Dios, se sintió sucio de corazón, y se arrepintió
quebrantándose amargamente al escribir el Salmo 51. En el versículo 10 David
suplica al Señor: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un
espíritu recto dentro de mí”. Y más adelante clama: “Vuélveme el gozo de tu
salvación, y espíritu noble me sustente” (v.12). En medio de su dolor por
haberle fallado a Dios, David le pidió un corazón limpio y un espíritu
restaurado. Él sabía que esto era necesario para volver a sentir el gozo de la
presencia de Dios. Esta es la única manera de tener una relación profunda con
el Señor. Por eso el primer paso para una reconciliación del hombre con su
Creador es aceptar a Jesucristo y su sacrificio que nos limpia de todo pecado,
de toda suciedad, de todo aquello que nos separa de Dios.
La Biblia nos habla de la manera de obtener la
purificación de un corazón que no está limpio. Efesios 5:26 nos dice que
“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra”.
Espiritualmente, nuestros corazones son limpiados cuando utilizamos el
detergente del Señor: su Santa Palabra,
la Biblia. La palabra de Dios ha sido dada a la humanidad como un libro
de enseñanza y un medio para limpiar nuestra suciedad al revelarnos nuestros
pensamientos equivocados o una conducta que no glorifica el nombre de Dios.
Cuando la Escritura habla a nuestro corazón, el Espíritu Santo nos redarguye,
confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos; y se produce la limpieza. 1
Juan 1:9 dice que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Entonces podemos
acercarnos “confiadamente al trono de la gracia de Dios” (Hebreos 4:16). Un
corazón debe estar limpio para que el Espíritu Santo se manifieste en él, y nos
lleve delante de nuestro Padre celestial.
Por eso es tan importante separar un tiempo diariamente
en el que leamos la Biblia y oremos. Si es posible temprano en la mañana, al
comenzar el día, debemos buscar un momento en el que podamos tranquilamente
leer la Palabra de Dios y buscar el rostro del Señor en oración. Por regla
general, durante los primeros minutos de oración muchos pensamientos de todo
tipo vienen a la mente, pero si insistimos buscando la presencia de Dios, si
pedimos al Espíritu Santo que nos lleve hasta él, si nos humillamos ante la
infinita santidad de Dios, si nuestro esfuerzo se concentra en una adoración
sincera que salga del corazón, pronto vamos a comenzar a sentir una paz
profunda, inefable que nos anuncia la entrada a ese lugar santo donde podremos
disfrutar plenamente de la presencia del Señor. Es verdaderamente un tiempo
precioso que ministra profundamente nuestro espíritu. A medida que lo hagamos
día tras día, nos resultará más fácil andar en el Espíritu y vivir en una
íntima comunión con Dios.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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