1 Samuel 21:10-15
“Y levantándose David aquel día, huyó de la
presencia de Saúl, y se fue a Aquis rey de Gat. Y los siervos de Aquis le
dijeron: ¿No es éste David, el rey de la tierra? ¿No es éste de quien cantaban
en las danzas, diciendo: Hirió Saúl a sus miles, y David a sus diez miles? Y
David puso en su corazón estas palabras, y tuvo gran temor de Aquis rey de Gat.
Y cambió su manera de comportarse delante de ellos, y se fingió loco entre
ellos, y escribía en las portadas de las puertas, y dejaba correr la saliva por
su barba. Y dijo Aquis a sus siervos: He aquí, veis que este hombre es demente;
¿Por qué lo habéis traído a mí? ¿Acaso me faltan locos, para que hayáis traído
a éste que hiciese de loco delante de mí? ¿Había de entrar éste en mi casa?”
Todo ser humano siente miedo en algún momento de su vida.
Es un sentimiento natural, producto de nuestra naturaleza pecaminosa. El miedo
no proviene de Dios. La Biblia dice que “Dios no nos ha dado espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). El miedo
surgió después que Adán y Eva pecaron al comer la fruta prohibida. Cuando ellos
oyeron la voz de Dios, que se paseaba en el huerto, por primera vez se
escondieron de su presencia, y cuando el Señor le llamó en voz alta, Adán
respondió: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me
escondí” (Génesis 3:10). A partir de aquel momento, el miedo ha sido parte
intrínseca de nuestra naturaleza. Desde pequeños empezamos a sentir temor por
la oscuridad, o los animales, o la altura, o cualquier otra cosa y acudimos a
nuestros padres en busca de protección y de consuelo.
Hasta David, un “hombre conforme al corazón de Dios”, y
siervo fiel del Señor, sintió miedo cuando el rey Saúl lo buscaba para matarlo,
y huyó despavorido de su presencia. El pasaje de hoy nos cuenta que, mientras
huía, David se fue hasta Gat, nada menos que la tierra de sus enemigos, adonde
fue reconocido inmediatamente y llevado delante del rey Aquis. La fama de David
era conocida en todas partes, pues había matado a miles de filisteos. Ahí el
rey Aquis tenía una oportunidad de vengarse. Entonces David, aterrorizado, “se
fingió loco entre ellos, y escribía en las portadas de las puertas, y dejaba
correr la saliva por su barba.” Aquis lo echó de allí con desprecio diciendo:
“He aquí, veis que este hombre es demente; ¿por qué lo habéis traído a mí?”
Quebrantado y sumamente humillado, de allí David huyó a Adulam en Judá. Había
cerca una colina llena de cavernas. Y lleno de temor se metió en una de
aquellas cuevas para esconderse de sus enemigos.
El miedo había llevado a David al punto más bajo de su
vida. Allí tuvo la oportunidad de reflexionar en lo que había hecho. Y comenzó
a clamar a Dios. Entonces sintió la ternura y el fiel amor del Señor. Y el
temor empezó a desaparecer y un espíritu de confianza le invadió. Así lo
expresó al escribir el Salmo 56: “Ten misericordia de mí, oh Dios, porque me
devoraría el hombre; me oprime combatiéndome cada día. Todo el día mis enemigos
me pisotean; porque muchos son los que pelean contra mí con soberbia. En el día
que temo, yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado; no
temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?” (vv. 1-4). Finalmente David reaccionó de
la manera en que debió haberlo hecho desde el principio.
¿Sientes miedo por algo? ¿Alguna situación difícil, ya
sea económica o emocional? ¿Alguna enfermedad? ¿Algo que crees te va a hacer
daño, y no sabes cómo evitarlo? El espíritu de temor puede llevarte a la
destrucción si no reaccionas rápidamente en contra de él. Cuando sientas miedo,
inmediatamente acude a Dios en busca de su ayuda. En este momento, arrodíllate
y clama a Dios. Di por fe, como David en el Salmo 23:4: “Aunque ande en valle
de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Supera
tu desánimo y alaba al Señor con cánticos; reprende el espíritu de temor; y
aférrate a la promesa de que “si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”
(Romanos 8:31). Con toda seguridad la paz y el gozo del Señor llenarán tu
corazón, y todo temor desaparecerá de tu vida.
ORACIÓN:
Padre celestial, un espíritu de temor está afectando mi
vida, pero hoy yo expreso que tú eres mi Pastor, que cuidas de mí y que no
tengo que temer a nada, pues si tú eres por mí nada ni nadie podrá contra mí.
En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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