Mi amante Padre
celestial, por favor ayúdame a dedicar tiempo cada día de mi vida a cultivar mi
relación contigo, leyendo tu Palabra y orando para vivir en tu presencia y que
pueda yo sentir que tú eres mi Pastor, que cuidas siempre de mí y que no debo albergar
temor por nada. En el bendito nombre de Jesús, Amén.
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sábado, 22 de febrero de 2014
¿Sientes temor por algo?
Proverbios 10:24
“Lo que el impío
teme, eso le vendrá; pero a los justos les será dado lo que desean”.
Los tiempos en
que vivimos son muy inestables en todos los aspectos. La economía mundial cada
vez está en peores condiciones; el número de desempleados es cada vez mayor; la
tasa de criminalidad aumenta por día; la maldad y la corrupción se han
multiplicado. Por estas y otras razones el temor y las preocupaciones afectan la
vida de millones de personas. La gente se preocupa y siente temor por la
pobreza, el desempleo, el hambre, la violencia, las enfermedades, las guerras y
muchas otras cosas más, incluyendo el futuro, pues el ser humano muchas veces
siente temor por lo desconocido que le espera adelante. El temor es totalmente
destructivo. Afecta la mente, causa depresión, paraliza la voluntad humana,
esclaviza a aquel que es su víctima. El
temor es una fuerza satánica que tiene la capacidad de destruir.
No es el temor, por
lo tanto, algo que proviene de Dios. La Biblia dice claramente que “Dios no nos ha dado
espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo
1:7). Por eso el que camina por esta vida de la mano del Señor no teme al
futuro, ni a las circunstancias que le rodean, ni a las enfermedades ni a nada.
En una ocasión, los discípulos de Jesús se encontraron en medio del mar
azotados por una violenta tormenta que amenazaba con hundirlos (Marcos
6:45-50). Allí estaban ellos, llenos de temor, cuando Jesús se les acercó
andando sobre el mar y les dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” Tan pronto
ellos reconocieron a Jesús, y el Señor entró a la barca, los vientos se
calmaron y hubo paz. Y el temor desapareció. Esto es lo que sucede siempre que
confiamos que el Señor cuida de nosotros: el temor desaparece y reina la paz de
Dios.
David también
pasó por situaciones muy difíciles en su vida que le hicieron sentir temor,
pero su confianza en el Señor, producto de una íntima comunión con él, le permitió
superar esos temores. Por eso pudo decir al escribir el Salmo 23: “Aunque ande
en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. ¡Qué seguridad y confianza tan
grandes expresa el salmista en la protección y provisión que provienen del Gran
Pastor de ovejas! Esto es precisamente lo que caracteriza a los justos,
aquellos que han sido justificados por la sangre de Cristo. Esta seguridad y
confianza, por lo tanto, no provienen de nuestras propias fuerzas, o de nuestra
sabiduría, sino de Dios. Y dice el pasaje de hoy que a ellos “les será dado lo
que desean”. En contraste, vemos una diferencia notable en la vida del impío
(aquel que vive su vida sin tener una relación con Dios). Estos viven en
constante sobresalto y con el temor de que algo malo les va a suceder, y el
resultado generalmente es que lo que tanto temen, “eso les vendrá”.
Aquel que no
tiene a Cristo viviendo en su corazón no puede vencer los temores. Estos
controlan todo su ser y atraen sobre su vida calamidades y desgracias. En
cambio los hijos de Dios, por el poder del Espíritu Santo han aprendido a
someterse al Señor y a resistir a Satanás quien es el causante del temor. Como
consecuencia el diablo tiene que huir, dice Santiago 4:7. Todo aquel que actúa
de esta manera puede controlar y vencer los temores y en su mente residen
pensamientos de paz y seguridad.
Quizás tu
relación personal con Dios se ha vuelto fría y lejana. Tal vez estés siendo
víctima de temores ante un futuro que desconoces. Escucha la proclamación del
Salmo 27:1 que dice: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová
es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?”. Haz tuya esta proclamación
de fe, créela de todo corazón, confía en Dios, deléitate en él diariamente
buscando una relación cada vez más íntima. Como resultado, los temores
desaparecerán y podrás disfrutar de una vida de paz y esperanza como Dios ha
planeado para ti.
ORACIÓN:
Mi amante Padre
celestial, por favor ayúdame a dedicar tiempo cada día de mi vida a cultivar mi
relación contigo, leyendo tu Palabra y orando para vivir en tu presencia y que
pueda yo sentir que tú eres mi Pastor, que cuidas siempre de mí y que no debo albergar
temor por nada. En el bendito nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
¿QUÉ ES EL PECADO?
Romanos 5:12
“Por tanto, como el pecado entró
en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron”
¿Cómo sería el mundo si no
hubiese guerras, homicidios, robos, ni pleitos familiares? ¿Cómo sería si todos
los hombres fueran perfectos como lo fue Adán antes de pecar? Sería un lugar
bello ¿verdad? Al comparar nuestro mundo pecaminoso con un mundo sin pecado se
nos da una idea de cómo es el pecado.
El pecado ha sido definido de la
siguiente manera: “cualquier pensamiento, palabra, acción, omisión o deseo
contrario a la ley de Dios”. La palabra pecado se refiere a toda iniquidad y a
la corrupción espiritual del alma. Es el opuesto de la justicia.
¿Cómo
define la Biblia al
pecado?
· “El
pensamiento del necio es pecado” (Proverbios 24:9).
· “Todo
lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23).
· “Y
al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).
· “El
pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).
· “Toda
injusticia es pecado” (1 Juan 5:17).
¿Dónde
se origino el pecado?
El relato del origen del pecado en
el mundo se encuentra en Génesis 3:1-8. Antes de que el pecado entrara en el
mundo el hombre era puro y santo, vivía una vida feliz y estaba contento con
todo. Él llevaba la imagen de su Creador; no sabía nada de la culpa ni de la
muerte. El hombre estaba libre de toda condenación y gozaba de comunión con
Dios. Pero después que Satanás engañó a Eva apareció entonces la primera
transgresión del hombre, como dice en Romanos 5:12: “Por tanto, como el pecado
entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó
a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. La naturaleza del hombre fue
cambiada. En vez de ser “bueno en gran manera” (Génesis 1:31) como lo hizo
Dios, ahora Dios tuvo que decir del hombre: “Todos pecaron, y están destituidos
de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Ser un pecador no depende de la
clase o el tamaño de los pecados cometidos. Un hombre roba una manzana y otro
hombre roba mil dólares. Delante de Dios los dos son culpables. No por robar
una cosa pequeña o grande, sino por el simple hecho de robar. Cuando Dios nos
dice una cosa y hacemos otra, lo que nos aparta de Dios es nuestra desobediencia.
No nos engañemos, pues, pensando
que los pecados nuestros no son tan malos como los de otras personas. Por
tanto, aunque nuestro pecado parezca muy pequeño será suficiente para
apartarnos de nuestro Dios.
El pecado de Adán y Eva cuando
comieron del fruto prohibido no parece importante en comparación con los
pecados y crímenes graves que se cometen en la actualidad, sin embargo su
pecado bastó para separarlos de Dios y traer sobre ellos y sobre su
descendencia la condenación de muerte.
Entendámoslo bien… Este pecado no
consistió solamente en extender la mano y tomar el fruto del árbol prohibido;
tomar el fruto fue sólo el resultado del hecho de dejar a Dios y seguir a
Satanás. El pecado, por lo tanto, fue la condición del alma y no sólo la acción
de la mano que cogió el fruto. Del pecado de Adán recibimos la corrupción de la
naturaleza humana, la mortalidad y la separación de Dios. Esta condición se ha
trasmitido de generación en generación y conduce a cada persona a sus propios pecados.
¿Cómo
podemos obtener la
VICTORIA SOBRE EL PECADO?
La libertad del pecado sólo es
posible cuando nos sometemos al poder de Dios y a la dirección de su Espíritu.
No hay poder en el universo que pueda negarnos la victoria perfecta en nuestro
Señor Jesucristo, solo basta con que seamos obedientes de la palabra de Dios.
Aunque se trate de los hombres más fuertes y más inteligentes lo cierto es que:
“separados de [Cristo] nada podemos hacer” (Juan 15:5). Sin embargo, hasta el
más débil puede decir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
¿Cómo,
pues, venceremos?
• Por medio de la sangre del
Señor Jesucristo: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero”
(Apocalipsis 12:11).
• Por medio de la fe: “Y esta es
la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4).
• Al vestirnos de toda la
armadura de Dios: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos
de toda la armadura de Dios (...) para que podáis resistir en el día malo, y
(...) sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los
dardos de fuego del maligno” (Efesios 6:10-16).
• Por medio de la palabra: “En mi
corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11).
Nuestra lucha diaria contra el
pecado significa una batalla contra los poderes del maligno. Pero tenemos que
recordar que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en
Dios” (2 Corintios 10:4). Confiemos en Dios; su poder es infinito, su amor es
infalible y él promete que nunca dejará ni abandonará a los suyos. Es nuestro
privilegio experimentar continua y diariamente lo descrito por Pablo: “Antes,
en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”
(Romanos 8:37).
“Gracia y Paz”