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martes, 30 de diciembre de 2014

¿TRATAS A TODOS POR IGUAL?


¿TRATAS A TODOS POR IGUAL?

Santiago 2:1-4
“Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?”

La palabra “acepción”, mencionada en esta escritura, significa: “Preferencia, acción de favorecer a unas personas más que a otras por algún motivo o afecto particular, sin atender al mérito o a la razón”. Es lo contrario a ser justo o imparcial. Esta es una manera de actuar completamente opuesta al carácter de Dios. La Santa Palabra de Dios nos habla de esto en Deuteronomio 10:17, cuando Moisés se dirige al pueblo de Israel y les dice: “Yahweh vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas”. Cuando Dios ordenó al profeta Samuel que ungiera a uno de los hijos de Isaí como el próximo rey de Israel, dejó bien establecido lo que es más importante para él al momento de juzgar. Así le dijo el Señor a Samuel: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Yahweh mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

Asimismo Jesús, siendo Dios, refleja la justicia e imparcialidad del Padre. Para él el valor de una persona está basado en la calidad de su alma, no en la apariencia externa. Esta actitud caracterizó su manera de actuar mientras estuvo aquí en la tierra. Hasta sus enemigos tuvieron que reconocer cuan justo él era cuando le dijeron: “Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de persona, sino que enseñas el camino de Dios con verdad” (Lucas 20:21). Jesús es “nuestro glorioso Señor”, dice el pasaje de hoy. Él es el Dios Soberano que gobierna sobre toda su creación, y en cuya persona la plenitud de la gloria de Dios es revelada. El apóstol Pablo dio testimonio de esto en su carta a los colosenses donde escribió: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).

Jesús siempre ofreció el perdón y el regalo de la salvación a hombres y mujeres de todas las razas, clases sociales y reputación moral. Esto se observa claramente en la parábola de la fiesta de bodas, la cual él refirió a un grupo de judíos en Mateo 22:1-14. Esta habla de la boda del hijo de un rey (una referencia a sí mismo), y de aquellos que habían sido invitados a la misma (el pueblo de Israel). Los invitados no se aparecieron, por lo que el rey mandó a sus siervos a que salieran e invitaran a todos los que encontraran en su camino. “Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados” (v.10).

En el pasaje de hoy, el apóstol Santiago condena la actitud opuesta. Hacer acepción de personas o juzgar conforme a las apariencias no está de acuerdo a la Palabra de Dios. Tenlo siempre presente cuando trates a los demás en tu centro de trabajo, en la escuela, en el vecindario, en las tiendas, y dondequiera que te encuentres. Y cuando se presente ante ti una oportunidad de hablarle a alguien de nuestro Señor Jesucristo y presentarle el plan de salvación, no te dejes influenciar por su apariencia externa, su raza, su condición moral o nivel económico. Debes mostrar una actitud similar a la de los siervos del rey. Invítalos a todos a “la fiesta de bodas”. No juzgues por apariencias. Esa no es tu responsabilidad. Nuestro Señor tratará con aquellos que acepten la invitación y lo hará de la manera perfecta, pues él “no mira lo que mira el hombre”, sino que él “mira el corazón”.

Oración:
Bendito Padre celestial, gracias porque tú no haces acepción de personas. Te ruego me capacites para tratar a los demás de la misma manera, y que tu gracia y tu amor se vean reflejados siempre en mi forma de actuar. En el nombre de Jesús, Amén.

¡Gracia y Paz!

Dios te Habla

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