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sábado, 29 de marzo de 2014

¿SIGUES VIVIENDO CONFORME A LAS OBRAS DE LA CARNE?


¿Sigues viviendo conforme a las obras de la carne?

Romanos 8:12-17
"Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados".

La naturaleza es violenta. “La vida o la muerte” es la ley de la selva. El león persigue a la gacela. La garza espera inmóvil al borde de una laguna, con su afilado pico listo para matar. En las alturas, un halcón mantiene sus mortales garras cerca de su cuerpo buscando atentamente a ver si se mueve algo en la hierba de abajo. La familia del leopardo existe a expensas de la cebra. Cada uno sobrevive por la muerte de otro. Este principio se extiende más allá de lo natural hasta el aspecto espiritual. Los intereses de la carne deben sucumbir ante los intereses del Espíritu; de lo contrario los intereses del Espíritu sucumbirán a los intereses de la carne. En la selva de nuestro propio corazón, siempre algo debe morir para que otra cosa pueda vivir. El principio del corazón de nuestro Padre celestial está expresado en el pasaje de hoy por medio del apóstol Pablo: “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”.

Jesús les enseñó este concepto a sus discípulos al hablarles acerca de su propia muerte, de la siguiente manera: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). Al morir en la cruz del Calvario, Jesús llevó a cabo el plan del Padre para la salvación de la humanidad. El fruto de esa muerte fue salvación y vida eterna para todo el que en él cree. El plan de Dios para cada uno de sus hijos también implica muerte; la muerte de la naturaleza carnal y sus obras con el fin de producir el fruto que él desea ver en nosotros, según lo expresa Gálatas 5:16-18: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”. Seguidamente Pablo escribe una lista de “obras de la carne” y advierte que “los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Asimismo se refiere al “fruto del Espíritu” y muestra una lista de las virtudes que caracterizan este fruto. Entonces dice: “Contra tales cosas no hay ley”. Finalmente Pablo termina este pasaje afirmando que “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.

Pablo no sólo entendió profundamente este principio, sino que lo puso en práctica en su vida. Por eso pudo decir con toda autoridad: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Al morir al pecado, permitimos que el Espíritu Santo reine y entonces la vida de Cristo se manifiesta plenamente en nosotros. Cada día de nuestras vidas debemos decidir que es lo que tiene que morir para que Cristo pueda vivir libremente en nosotros. Si morimos al pecado y los deseos de la carne, entonces la vida de Jesús se hará manifiesta en todo lo que digamos y hagamos, y junto con él seremos glorificados. Esta debe ser nuestra meta principal en la vida.

Por nuestras propias fuerzas no podremos lograrlo jamás, pero contamos con la ayuda del Consolador, el Espíritu Santo que mora en nosotros. Debemos orar constantemente pidiendo al Señor que su Espíritu nos ayude a morir a todo aquello que nos separa de él, y así vivir la vida de santidad que Dios desea ver en nosotros.

ORACIÓN:
Padre amado, hoy te agradezco una vez más tu misericordia, porque tu eres bueno, porque me prestas la vida. Por favor enséñame a vivirla solo para servirte. Te ruego me ayudes a morir a la carne y sus deseos. Dame fuerzas para vivir cada día rechazando todo lo que me aleja de ti de manera que tu Santo Espíritu tome control de mi vida y produzca en mí el fruto que tú deseas. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”

Dios te Habla

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