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viernes, 21 de febrero de 2014

¿TIENES HAMBRE ESPIRITUAL?



Juan 6:25-35
“Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado. Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”.

Jesús acababa de alimentar a cinco mil hombres más las mujeres y los niños, con solamente cinco panes y dos pececillos. Sin embargo, la multitud insistía en pedirle señales para creerle, y el Señor les contesta diciéndoles que ellos habían visto las señales, que habían sido testigos de cosas maravillosas que Dios había hecho, y sin embargo, en lugar de buscar al Dios que hizo el milagro, su preocupación se centraba en la búsqueda de pan. En vez de desear la comida espiritual, buscaban la comida material.

Hay dos clases de hambre: el hambre física que se puede saciar con la comida física, y el hambre espiritual que la comida física jamás puede satisfacer. Una persona puede ser inmensamente rica, y sin embargo estar totalmente insatisfecha en el aspecto espiritual. El que fuera ídolo de multitudes en las décadas de los cincuenta y sesenta, Elvis Presley, el "rey del rock and roll", llegó a acumular cientos de millones de dólares. Con sus riquezas podía conseguir todas las cosas materiales que se le antojaban. Sin embargo, él mismo declaró que no era feliz y que en él había un vacío muy grande. Buscando llenar ese vacío comenzó a probar con las drogas y por años vivió en el mundo esclavo de la drogadicción hasta que finalmente murió a los 42 años producto de una sobredosis, sin haber encontrado jamás la tan ansiada felicidad, sin haber podido saciar su hambre espiritual.

Después de su liberación de la esclavitud en Egipto, mientras se dirigían a la Tierra Prometida a través del desierto, los israelitas tuvieron hambre. Entonces comenzaron a quejarse con Moisés, y murmuraban diciendo que en Egipto ellos se saciaban de carne y de pan, pero no se acordaban de la esclavitud en la que vivían. Ellos estaban demasiado preocupados por sus necesidades materiales y no prestaban atención a lo verdaderamente importante: las promesas de Dios para ellos, los planes que él tenía de llevarlos a un lugar donde tendrían de todo lo que necesitaban tanto física como espiritualmente.

En el pasaje de hoy, Jesús les recuerda a los judíos el maná que Dios mandó del cielo para la alimentación física del pueblo de Israel, y entonces se presenta a sí mismo como el pan de Dios “que descendió del cielo y da vida al mundo”. Entonces ellos le dijeron: “Señor, danos siempre este pan”. Y Jesús concluye diciendo una poderosa verdad que, después de tantos años, es aún nuestra esperanza: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”.

Jesús es el verdadero pan de vida. Sólo él ofrece una satisfacción duradera y una vida que jamás termina. Nada más en este mundo puede saciar el hambre espiritual del ser humano. La única manera de experimentar una vida abundante, llena de paz y de gozo es confiando en Cristo Jesús. ¿Has probado este “verdadero pan del cielo”? ¿Te deleitas en saciarte de él cada día de tu vida?

Si ya has aceptado a Jesucristo como tu Salvador, busca su rostro en constante oración y alimenta tu alma con su palabra diariamente. Si no lo has hecho, comienza ahora mismo abriendo tu corazón a Jesús, y permitiendo que él satisfaga todas tus necesidades espirituales.

ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, te ruego sacies para siempre mi hambre espiritual con el único y verdadero pan de vida eterna: tu Hijo Jesucristo. En su santo nombre te lo pido, Amén.

“Gracia y Paz”

Dios te Habla

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