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martes, 15 de octubre de 2013

¿QUIEN ES EL CENTRO DE NUESTRA FE?



Romanos 5:6-11
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación”.

Desde que Adán y Eva pecaron desobedeciendo las instrucciones de Dios, su naturaleza fue propensa al pecado. Dios en su absoluta santidad no podía tener una relación personal con ellos (ni con nosotros, sus descendientes) hasta que el pecado fuera cancelado. “La paga del pecado es muerte”, dice Romanos 6:23. Es decir, la consecuencia del pecado original fue muerte espiritual, o sea separación del hombre de su creador cuando Dios los echó del huerto del Edén (Génesis 3:23-24). ¡Terrible consecuencia de la desobediencia y el pecado! Sin embargo la muerte de Cristo en la cruz del Calvario saldó esa deuda y nos abrió el camino para reconciliarnos con Dios y convertirnos nuevamente en sus hijos, dice el pasaje de hoy.

El apóstol Pablo tenía unas credenciales impecables: educación, cultura, magníficos antecedentes familiares y una posición de autoridad entre los judíos. Pero cuando se encontró con Cristo en el camino de Damasco, descubrió su absoluta falta de méritos. Aprendió que lo único de valor eterno en esta tierra, era que el Salvador murió en la cruz por sus pecados. Por eso escribió en Gálatas 6:14: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. Para muchos la muerte de Jesucristo en la cruz era algo ilógico y sin sentido, pero Pablo entendió que era en la cruz donde Dios había cumplido su tan largamente esperada promesa de dar al mundo un Salvador.

Fue en la cruz donde el Hijo de Dios se humilló y cargó sobre él todos los pecados del mundo. La cruz marcó el lugar y el momento en que se llevó a cabo el juicio de Dios y donde se derramó su misericordia. Allí se reveló el plan redentor de Dios, fue destruido el poder de la muerte, y se logró el perdón de los pecados. Por medio de la muerte de Cristo y su resurrección se ha asegurado una vida nueva a aquellos que lo reciben como Salvador.

La cruz es como un espejo que refleja nuestra falta de méritos, pero que también revela la magnitud del amor de Dios. Sirve como un imán para atraer a las personas al Señor (Juan 12:32) y como un modelo de la muerte expiatoria (Juan 15:13). Un lugar de muerte se convirtió en un faro de esperanza porque es allí, por medio de Jesucristo, que encontramos la salvación (Hechos 4:12). Por medio del sistema expiatorio hebreo, Dios enseñó que como sacrificio por el pecado él aceptaría sólo la sangre derramada por uno en quien no hubiera iniquidad. Jesucristo, quien era todo Dios y todo hombre, cumplió con ese requisito por medio de su vida perfecta y sirvió como nuestro Cordero expiatorio (Juan 1:29).

En la cruz la justicia de Dios fue satisfecha. Dios sabía que nosotros no podíamos pagar por nuestros pecados, por eso dio a su Hijo como sustituto, transfirió nuestras iniquidades a Jesús, y lo declaró culpable en lugar nuestro. Cristo murió voluntariamente por nosotros, para cumplir con la justa exigencia de Dios por el pecado. La sangre y la muerte parecen desagradables, pero sin la sangre de Cristo que fue derramada por nosotros, y sin su muerte vicaria a nuestro favor, seríamos como prisioneros condenados sin esperanza. Por eso el centro de nuestra fe es que Jesús es el Señor, que con su sangre pagó nuestra deuda y a quien Dios levantó de los muertos. Y todo aquel que lo cree de todo corazón y lo confiesa con la boca es salvo, dice Romanos 10:9-10.

ORACIÓN:
Bendito Dios, una vez más te doy gracias por tu Hijo Jesucristo, mi Salvador. Gracias porque a través del increíble dolor de la cruz, hoy puedo tener la seguridad de la vida eterna junto a ti, en lugar de la horrible condenación que merecía. Por Cristo Jesús, Amén.



“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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