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jueves, 17 de octubre de 2013

¿NO SIENTES PASIÓN POR SERVIR AL SEÑOR?



Romanos 12:1-2
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

Este pasaje es parte de la carta del apóstol Pablo a los cristianos de Roma. En los capítulos anteriores (1-11) Pablo escribió extensamente acerca del inmenso amor y la infinita misericordia de Dios, demostrados en el sacrificio de su Hijo. Aquí, él los exhorta a corresponder presentando sus cuerpos a Dios como un sacrificio santo. Al decir “vuestros cuerpos”, Pablo quiere decir “vuestras vidas enteras”, y llama a este acto “vuestro culto racional”. Es decir, es razonable, es lógico que si el Hijo de Dios murió por mí, entonces lo menos que puedo hacer es vivir para él. Para ello no podemos actuar como lo hace el mundo que nos rodea que está lleno de egoísmo y sólo busca su propia satisfacción, sino debemos ser transformados “por medio de la renovación de nuestro entendimiento”. Esta es una transformación profunda que envuelve nuestra mente, nuestro corazón y nuestro espíritu. Sólo así conoceremos la voluntad de Dios en nuestras vidas, la cual es “agradable y perfecta”.

En una ocasión alguien le preguntó al político norteamericano Daniel Webster (1782 – 1852) cual era la convicción más firme que él había sentido en su vida. Él contestó que sin duda alguna, su convicción más firme y profunda había sido el sentido de responsabilidad que él tenía ante Dios. Esta es una respuesta perfectamente lógica si consideramos que darnos la vida fue exclusivamente producto de la voluntad de Dios y de su inmenso amor por su creación. Y ese amor se pone constantemente de manifiesto en su cuidado, protección y provisión. Como si esto fuera poco, con el fin de librarnos de la condenación eterna por culpa de nuestros pecados, Dios entregó a su Hijo Jesucristo para que pagara con su vida por todos los pecados de la humanidad y ofrecernos una vida mucho mejor, como dijo Jesús en Juan 10:10: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Lamentablemente, no obstante todo esto muchas personas creen que no tienen nada que agradecer a nuestro Creador.

Cuando conocemos a Jesús, y entendemos lo que él hizo por nosotros en la cruz del Calvario, debemos sentir un profundo deseo de ofrecerle una vida entregada a su servicio. El apóstol Pablo sintió esto profundamente cuando tuvo el encuentro con el Señor en el camino de Damasco (Hechos 9). Allí le entregó su vida cuando, “temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Tiempo después, Pablo pudo pararse en la cubierta de un barco que se estaba hundiendo y hablarles a todos los pasajeros que iban con él acerca “del Dios de quien soy y a quien sirvo” (Hechos 27:23). Para él, esto era sumamente simple y fácil de entender: “Yo pertenezco a Dios, por lo tanto le sirvo”.

Si queremos imitar a Cristo, lo primero que debemos mirar es su disposición a servir no obstante de ser Dios mismo. Sin embargo, se humilló y demostró su amor en el magnánimo sacrificio de la cruz. Así escribió Pablo en su carta a los filipenses, refiriéndose a Jesús, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:6-8).

Servir al Señor es un enorme privilegio que tenemos los hijos de Dios. Sirvámosle con fervor y pasión sabiendo que él puede usar a cada uno de nosotros para glorificar su nombre y bendecir a un mundo que está tan necesitado de su paz y de su amor. Si no sientes esa pasión en tu corazón, clama a Dios pidiéndole que te llene de su Santo Espíritu y que ponga en ti el deseo de entregarte a él “en sacrificio vivo” y de servirle incondicionalmente cada día de tu vida.

ORACIÓN:
Padre santo, anhelo servirte en todo lo que tú desees para que tu nombre sea glorificado en mi vida. Por favor pon en mí el espíritu de siervo que había en tu Hijo cuando descendió a este mundo a entregarse por mí para darme la salvación de mi alma. En el nombre de Jesús te lo pido, Amén.


“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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