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miércoles, 7 de agosto de 2013

¿QUE HA PASADO CON EL CELO DE LA IGLESIA ACTUAL?

    
Apocalipsis 3:19
“...sé, pues, celoso, y arrepiéntete”

Cuando apreciamos la profundidad bíblica de la palabra “celo”, lejos de la definición egoísta y atrofiada de los hombres, descubrimos los ingredientes de un sentimiento santo, abnegado, diligente y con un alto concepto de fidelidad. Dios es celoso por naturaleza; así se expresa de sí mismo al momento cuando revela sus mandamientos en Éxodo 20:5.

Dios demanda exclusividad. El nos anhela celosamente (Santiago 4:5) y cuando su intimidad, su santidad o sus estatutos son traspasados, afrentados y transgredidos, su naturaleza celosa y santa, se levanta como el fuego.

Cristo, siendo Dios hecho carne, manifestó el furor de su celo santo en aquel memorable episodio cuando expulsó violentamente a los cambistas y sinvergüenzas que habían convertido el templo de Dios en cueva de ladrones: “dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume” (Juan 2:16-17).

Como vemos, el carácter santo de Dios, contempla aquel celo inherente, que se levanta y se manifiesta a veces estruendosamente. Es la impresión y aquel sello de santidad y exclusividad que Dios, también nos ha compartido por medio de su Santo Espíritu.

Pero ¿qué ha pasado con el celo de la iglesia actual? ¿Acaso no hemos estado contemporizando con el pecado y con el error? ¿Nos hemos hecho compañeros de la condescendencia, y cual avestruces hemos escondido la cabeza frente a la apostasía que furiosamente se ha levantado por todos estos años? Sin duda, es el pavor a pagar el precio de la verdad.

Así es amados hermanos. La iglesia actual esta adormecida. Ha perdido la capacidad de asombro, y lo mas grave, ha perdido el celo de Dios. A nadie le alertan las costumbres, ideas o filosofías extrañas que pululan en medio del pueblo de Dios. Hemos perdido el celo de Dios. Estamos conviviendo entre lo neutral, lo tibio y lo relativo. Pero el llamado y la demanda de Dios para este tiempo, es tan solemne y preciso; es tan elevado y absoluto, que no resiste análisis.

Amados, arrepintámonos y seamos celosos. El amor de Dios conlleva necesariamente el celo por lo amado, y de ninguna manera tiene como ingrediente aquel “amor” forjado en el corazón humano, lleno de levadura y miel, tan pregonado por la cristiandad actual.

“Gracia y Paz”

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