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miércoles, 15 de mayo de 2013

MUCHO CUIDADO CON LA COMPLACENCIA



Filipenses 4:10-13
“En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad. No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”

La complacencia es un estado anímico que refleja satisfacción de una persona en una situación determinada. En el pasaje de hoy, el apóstol Pablo escribe que él aprendió a contentarse, es decir a sentir complacencia en todas las circunstancias, lo mismo en las buenas que en las malas. En esta misma carta a los filipenses, Pablo los exhorta a regocijarse siempre, en todo momento (Filipenses 4:4). Lo más impactante de esta exhortación es el hecho de que cuando Pablo la escribió, estaba nada menos que en una cárcel romana, rodeado de incomodidades, pasando hambre, siendo humillado y torturado, y esperando que en cualquier momento lo ejecutaran. Este tipo de complacencia sólo es posible sentirla cuando la actitud está siendo controlada por el poder del Espíritu Santo. De esta manera lo dice Pablo al final del pasaje: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

Ahora bien, debemos ser muy cuidadosos cuando la actitud de complacencia tiene el carácter de resignación o de conformismo. Esto es un asunto totalmente diferente, pues significa que nos sentimos tan cómodos en la manera que se desarrolla nuestra vida que no tenemos deseo alguno de cambiarla. En el aspecto espiritual esta manera de actuar es completamente negativa, pues nos impide avanzar en nuestro crecimiento. “Así estoy bien”, dicen muchos, “entonces, ¿para que esforzarme?” Hay un gran peligro en esta complacencia, pues da lugar a una falsa seguridad la cual resulta en una menor dependencia de Dios. La Biblia nos alerta en 1 Corintios 10:12: “El que piensa estar firme, mire que no caiga”.

Cuando esta es nuestra actitud, nuestra relación con Dios se afecta, dejamos de crecer espiritualmente y comenzamos a descansar en nosotros mismos en vez de en él. Nuestra auto-suficiencia se convierte en la autoridad principal, y perdemos por completo la visión del plan de Dios para nuestras vidas. Es lamentable estar conformes con una pequeña porción cuando el Señor tiene una vida abundante planeada para nosotros. En esta carta misma Pablo también escribió: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). Habiendo entendido perfectamente que los planes de Dios para nuestras vidas son buenos (Jeremías 29:11), que Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efesios 3:20), y creyendo de todo corazón las promesas del Señor, Pablo no se conformó con lo que había logrado hasta el momento, sino dijo que proseguía hacia la meta, hacia ese precioso premio que Dios tiene para sus hijos.

Dios es fiel en completar lo que ha comenzado en nuestras vidas. Filipenses 1:6 nos dice que “el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Él nos ama y tiene un plan singular y maravilloso para nosotros sus hijos que está más allá de nuestra imaginación. Si Dios tiene algo tan increíble para nosotros, ¿por qué conformarnos por algo menos? No nos conformemos con lo que tenemos. En el aspecto espiritual debemos ser ambiciosos, deseando conocer cada vez más a Dios, anhelando cada vez más su santa comunión, buscando su rostro día tras día y deleitándonos en su presencia. Mientras estemos en este mundo nunca tendremos demasiado de la gracia y el amor de Dios. Cuando creas que estás muy bien, arrodíllate y pídele a Dios que te dé más de él.

ORACIÓN:
Padre santo, te alabo por tu infinita bondad y amor. Te ruego que hagas desaparecer de mí todo vestigio de conformidad y pongas en mi corazón un mayor anhelo de buscarte cada día, de servirte más y desear cada vez más tu presencia en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla


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