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lunes, 15 de abril de 2013

¿CÓMO IMPACTAS LA VIDA DE LOS QUE TE RODEAN?



Mateo 5:13
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres”.

A todos nos gustaría ser recordados como personas que causaron un impacto agradable y perdurable en la vida de otros. El problema es que tendemos a centrarnos tanto en nosotros mismos que con frecuencia no impactamos de manera apreciable ni siquiera la vida de nuestros vecinos más cercanos. Por regla general, es nuestro carácter lo que determina el éxito o el fracaso que tengamos al afectar la vida de los demás, pero en última instancia es nuestro impacto espiritual lo que realmente le interesa a nuestro Padre celestial.

En el pasaje de hoy, parte del Sermón del monte, Jesús asemeja al creyente con la sal, la cual es un elemento que puede modificar o transformar todo aquello con lo que entra en contacto. La sal realza el sabor de los alimentos. Cuando echamos un poco de sal a una comida insípida, la disfrutamos más al saborearla. Los cristianos debemos afectar positivamente la vida de aquellos que nos rodean, dirigiéndolos a Jesús, y mostrándoles con nuestro testimonio una vida de una calidad superior a la de ellos.

La sal preserva la comida. En el mundo antiguo, la sal era el más común de todos los preservadores. Se usaba para impedir que los alimentos se pudrieran o corrompieran, pues detenía el proceso de putrefacción. El cristiano debe ser el elemento antiséptico y purificador en cualquier grupo en que se encuentre presente. Debe ser la persona que, con su sola presencia, detiene la corrupción producida por el pecado y actúa como agente restaurador, actuando como instrumento del Señor.

La sal tiene también propiedades curativas. Una cucharadita de sal en un vaso de agua tibia es excelente remedio para una garganta irritada. Unas pocas gárgaras producen inmediata mejoría. Esta misma solución puede usarse para tratar las llamadas “aftas bucales”, que no son más que pequeñas llagas en la boca. Unos cuantos enjuagues las sanan en la mayoría de los casos. Y esta agua de sal puede también sanar y cicatrizar pequeñas heridas en la piel. De la misma manera, el médico divino, Jesucristo, puede usarnos para consolar y sanar las heridas emocionales de aquellos que están sufriendo en medio de una prueba.

Seamos como la sal dando sabor a la vida de los que nos rodean; actuemos de manera que sean preservados de la corrupción y el deterioro moral y espiritual de este mundo, y sirvamos como un elemento que traiga consuelo y sanidad espiritual. Para ello debemos tener muy en cuenta la advertencia del Señor: La sal puede volverse insípida, y entonces “para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres”. Nosotros debemos mantener nuestra pureza y nuestro sabor andando en el Espíritu y rechazando las cosas del mundo. Dice 1 Juan 2:15: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Cuando el amor del Padre está en nosotros, los demás serán influidos positivamente por nuestro testimonio.

Es nuestra responsabilidad avivar en nuestras vidas el poder transformador del Espíritu Santo, leyendo la Biblia y orando diariamente e imitando a Jesús en todo, de manera que su vida sea reflejada en la nuestra.

ORACIÓN:
Padre santo, te ruego me ayudes a ser la sal de la tierra que tú esperas que yo sea. No permitas que se desvanezca en mí el poder transformador de tu Espíritu, sino que cada día sienta yo con más fuerza tu presencia y tu amor para poder ser instrumento tuyo dondequiera que me encuentre. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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