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domingo, 3 de marzo de 2013

¿PUEDES TÚ AMAR COMO DIOS TE AMA?



Tito 3:4-7
“Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”.

¿Cómo y cuándo se manifestó la bondad y el amor de Dios? Cuando envió a su hijo Jesucristo para que muriese en la cruz en lugar de cada uno de nosotros. Y ese amor de Dios manifestado en la entrega de su único hijo por la redención de cada uno de nosotros, es tan infinito, tan imposible de describir con palabras, que el apóstol Juan simplemente pudo escribir: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). ¿Cómo describir el amor de un padre que sacrifica a su único hijo por salvar a aquellos que lo rechazaron desde un principio?

Y de esta manera Dios nos exhorta a amar a los demás. En el Sermón del Monte, Jesús dice a sus discípulos: “Oísteis que fué dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:43-44). Es muy fácil que amemos a nuestros hijos, o a los que han sido buenos con nosotros. Pero, ¿amar a los que nos han herido? Jesús nos exhorta a amar de esta manera porque primero él dio el ejemplo. En los momentos más difíciles y dolorosos de su vida, mientras sufría el indescriptible dolor de la crucifixión, Jesús clamó al cielo, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Este es el verdadero amor, aquel que hace que nos olvidemos de nosotros mismos y pensemos primero en los demás.

Ahora bien, el verdadero amor no se limita a expresarlo con palabras solamente, sino que implica acción. Debemos amar como amó el buen samaritano (Lucas 10:25-37), que es el amor en acción elevado a su máxima potencia. Es un amor que abarca a todos, al cónyuge, a los hijos, vecinos, compañeros de trabajo. Incluye a quienes resulta fácil amar y a quienes resulta difícil amar. Y alcanza aún a las personas que nos han ofendido, que nos han herido, que nos han calumniado, que nos han hecho daño de cualquier forma imaginable. Si queremos ser como Jesús, debemos amar como él amó. Jesús miró a las multitudes y se compadeció, y sintió amor por cada uno. Su amor abarcó al mundo entero, a toda la raza humana, desde el comienzo de los tiempos hasta el final de los mismos. Su amor no conoció ni términos ni límites y nadie fue excluido. Del más bajo pordiosero al más encumbrado monarca, desde el más despiadado pecador hasta el más puro santo, su amor los incluyó a todos en un gran abrazo.

La Biblia nos habla de un hombre de mucha fe llamado Esteban el cual, siendo apedreado por una turba de judíos enfurecidos, en medio del terrible dolor de las pedradas, “lleno del Espíritu Santo”, de rodillas, muriendo, clamó a gran voz diciendo: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:54-60). Palabras similares a las expresadas por Jesús en la cruz del Calvario. ¿Cómo es posible sentir tanto amor como para desearles el bien a aquellos que nos están causando dolor? Solamente el Espíritu de Dios obrando en nuestras vidas puede producir semejante fruto.

Llegar a amar a alguien como Dios nos ama, sobretodo si nos ha herido, es imposible para nosotros, pues nuestra miserable y egoísta naturaleza carnal nos lo impide. Pero si nos hacemos el propósito de obedecer a Dios, y amarlo y servirle como nos dice su palabra, entonces el Espíritu Santo producirá en nosotros su fruto, y seremos capaces de amar más allá de nuestras fuerzas. Para ello es necesario que busquemos el rostro del Señor en oración cada día de nuestras vidas, y leamos su Palabra y meditemos en ella, y la apliquemos a nuestras vidas.

ORACIÓN:
Amante Padre celestial, reconozco que por mis propias fuerzas nunca podré amar a los demás como tú deseas que los ame. Lléname de tu Santo Espíritu, y que en mí se manifieste su fruto para que yo pueda amar aún a aquellos que me han herido u ofendido. Te lo pido en el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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