Deuteronomio 8:11-14
“Cuídate de no olvidarte de
Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que
yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en
que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te
multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón,
y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de
servidumbre”.
Cuando estamos en medio de una
prueba o los tiempos son difíciles, con mucha facilidad clamamos a Dios por su
ayuda. Cuando tenemos que depender del Señor para nuestras necesidades diarias,
leemos su palabra diariamente, tratamos de obedecerla, oramos con frecuencia y
hasta ayunamos en alguna que otra ocasión. Pero cuando las cosas marchan bien y
todas nuestras necesidades están cubiertas, por regla general nos volvemos
autosuficientes y nos olvidamos de nuestro Padre celestial. Esta es la
tendencia natural del ser humano.
Esta fue la actitud del pueblo de
Israel, los cuales durante años clamaron a Dios para que los liberara de la
esclavitud en la que vivían en Egipto. Dios escuchó su clamor, y por medio de
Moisés los liberó y preparó para ellos una preciosa tierra en la que había de
todo en abundancia. Sin embargo, la enorme mayoría nunca llegaron a
disfrutarla, pues tan pronto salieron de Egipto comenzaron a actuar de manera
diferente, quejándose ante las dificultades, desobedeciendo las instrucciones
de Dios, adorando dioses falsos. Tanta fue su rebeldía que Dios prohibió la
entrada a la tierra prometida a todos aquellos mayores de veinte años, excepto
Josué y Caleb, que fueron íntegros y obedientes en todo.
Habían transcurrido cuarenta
años, aquella generación rebelde había muerto en el desierto, y ahora el pueblo
de Israel finalmente se encontraba frente a la tierra prometida. Entonces
Moisés se dirige a los israelitas, y les advierte que no se olviden de Dios
cuando tengan comida en abundancia, y buenas casas en las que habitar, y hayan
prosperado económicamente, y les recuerda que fue Dios el que los sacó de la
esclavitud en Egipto, donde sus padres sufrieron y clamaron por su libertad.
Podríamos imaginar que este
discurso de Moisés fue más que suficiente para ministrar el corazón de los israelitas,
y motivarlos a ser agradecidos al Señor y a adorarle y obedecerle en todas las
circunstancias, aun cuando todo marchara a las mil maravillas. Pero
lamentablemente no fue así, y tan pronto comenzaron a disfrutar de las
bendiciones de su nuevo hogar, se olvidaron de Dios, fueron desobedientes como
sus predecesores, y sufrieron las consecuencias de su comportamiento conforme a
la advertencia con que finaliza el capítulo 8 de este libro de Deuteronomio:
“Si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses
ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra
vosotros, que de cierto pereceréis. Como las naciones que Jehová destruirá
delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de
Jehová vuestro Dios”.
Como hijos de Dios, tan humanos y
tan débiles como aquellos israelitas, debemos aplicar esta enseñanza a nuestras
vidas de manera que actuemos de manera diferente, siendo agradecidos tanto en
las buenas como en las malas y dando gracias a Dios en todo, “porque esta es la
voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”, dice 1 Tesalonicenses
5:18. Tenemos que estar concientes siempre de esta tendencia humana a creernos
autosuficientes cuando las cosas están bien, y a olvidarnos de que todo lo que
tenemos lo hemos recibido de Dios. Comenzando con el precioso regalo de la
salvación, la salud, los bienes materiales, la protección divina, nuestras
familias, y la paz y el gozo en nuestros corazones.
Hazte el firme propósito de que
no pase un día de tu vida sin buscar el rostro del Señor, tanto en la prueba
para clamar por su ayuda, como en los buenos tiempos para adorarle en espíritu
y en verdad, y darle gracias de todo corazón por todas sus bondades.
ORACIÓN:
Amante Padre celestial, te ruego
perdones mi actitud de autosuficiencia, y me ayudes a vivir en constante
agradecimiento por tu infinito amor, tu gracia y tu misericordia. En el nombre
de Jesús. Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla