1 Juan 1:5-9
“Este es el mensaje que hemos
oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si
decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no
practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la
verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no
hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.
En 1979, una mujer fue acusada de
intentar asesinar al presidente de los Estados Unidos Gerald Ford.
Inmediatamente ella admitió que “voluntaria y concientemente” trató de matar al
presidente. Cuando se le informó que podría ir a la cárcel por el resto de su
vida, contestó que no veía ninguna manera “razonablemente honesta y honorable”
de evitarlo. “Llega un momento en que cada uno de nosotros tiene que rendirse
cuentas a sí mismo – declaró --, y es con nuestra propia conciencia con la que
tenemos que hacer las paces”. Muchos cuestionaron la salud mental de la mujer
porque admitió su culpabilidad en lugar de ofrecer la esperada negación.
Incluso el juez, al conocer las declaraciones de la mujer, ordenó que le
hicieran pruebas siquiátricas con el fin de evaluar su estado psicológico.
En todas partes del mundo se
llevan a cabo diariamente juicios contra personas acusadas de diferentes
delitos, y aunque muchas veces hay evidencias que indican claramente que el
acusado es culpable, este mantiene su declaración de inocencia, mientras su
abogado defensor trata por todos los medios de sacarlo absuelto. Esta es la
tendencia natural del ser humano: ocultar su delito ante los demás y tratar de
echar la culpa sobre alguien. Cuando Adan y Eva, después que pecaron, oyeron la
voz de Dios lo primero que hicieron fue esconderse entre los árboles del
huerto. Y cuando el Señor los confrontó, el hombre respondió: “La mujer que me
diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Y la mujer
dijo: “La serpiente me engañó, y comí” (v.13).
En el mundo en que vivimos,
confesar la propia culpa en vez de defenderse obstinadamente de una acusación
puede considerarse una señal de debilidad o inestabilidad mental. Sin embargo
ante los ojos de Dios es lo único sensato que se puede hacer. La Biblia dice que “el que
encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta
alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). Ciertamente debemos tratar de no
ofender a nadie, pero si en alguna ocasión lo hacemos, tenemos que ser humildes
y confesar nuestro error. La confesión de nuestras culpas y pecados es esencial
para tener una linda relación con Dios, pero además afecta positivamente
nuestra salud física y mental. Santiago 5:16 dice: “Confesaos vuestras ofensas
unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”.
El rey David nos cuenta su
experiencia en este aspecto. Así escribió en el Salmo 32: “Mientras callé, se
envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se
agravó sobre mí tu mano. Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado
te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a
Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:3-5). Y el pasaje de
hoy, nos enseña que el perdón de Dios depende de la sincera confesión de
nuestros pecados. Dice el apóstol Juan que “si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1
Juan 1:9).
Haz tuya esta enseñanza, guárdala
en tu corazón y practica la verdad y la transparencia en todo tiempo para
disfrutar de una íntima comunión con el Señor, pues “si decimos que tenemos
comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad”
Si has desobedecido al Señor, si has caído en pecado admítelo, confiésalo ante
su trono de gracia y recibe su perdón. Entonces disfrutarás de la paz de Dios y
de buena salud física, mental y espiritual.
ORACIÓN:
Padre santo, te doy gracias por tu misericordia y por tu infinito amor.
Confieso ante ti mis pecados y te ruego me perdones y me limpies de toda
maldad. Por favor, ayúdame a practicar siempre la verdad. En el nombre de
Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla