2 Timoteo 1:6-12
“Por lo cual te aconsejo que
avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque
no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio
propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de
mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el
poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a
nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en
Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido
manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la
muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui
constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles. Por lo cual asimismo
padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy
seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”.
El apóstol Pablo comprendía la
enorme responsabilidad que tenía al haberle sido confiado el anunciar el
evangelio. Puesto que consideraba a este llamado una mayordomía de la que un
día rendiría cuentas al Señor, estuvo dispuesto a sufrir por causa de Cristo
para terminar la tarea. Como creyentes, tenemos esta misma obligación de llevar
el evangelio a cualquier persona que Dios ponga en nuestras vidas.
El apóstol Pablo se sentía
obligado a hablar a las personas sobre Cristo. De hecho, él dijo: “Ay de mí si no
lo hago” (1 Corintios 9:16). No importa cómo lo tratara alguien, no se
avergonzaba del mensaje de Cristo. El profeta Jeremías tuvo una experiencia
semejante (Jeremías 20:7-9). Aunque se convirtió en el hazmerreír de todos y
fue perseguido por comunicar el mensaje del Señor acerca del juicio venidero,
descubrió que el no hablar le creaba una sensación interior peor, como un fuego
en sus huesos (v. 9).
Es posible que no queramos
amonestar a las personas sobre el juicio de Dios, por temor a alejarlas de Él.
Pero, en realidad, los perdidos ya están alejados del Señor y necesitan
escuchar su oferta de perdón. Pablo estuvo dispuesto a morir por proclamar el
mensaje, pero nosotros muchas veces no estamos dispuestos siquiera a enfrentar
un poco de vergüenza a fin de compartir nuestra fe.
Estamos rodeados de personas
hambrientas, y no saben de qué. Pero nosotros tenemos la respuesta a su
necesidad y la responsabilidad de compartirla. Nunca se avergüence de dar la
mejor noticia que se haya ofrecido a la humanidad. Ella tiene el poder de
cambiar el destino eterno de una persona.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
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