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sábado, 19 de mayo de 2012


EN LA SEMILLA ESTÁ LA VIDA

1 Pedro 1:25
“Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada”.

Un hombre poseía una pequeña parcela en la que decidió plantar maíz. A tal fin, fue y compró semillas. Aró el campo y quitó las malas hierbas y las piedras. Luego, mientras andaba por el campo, fue sembrando el maíz. No obstante, no se dio cuenta de que, mezcladas con el maíz, había semillas del arbusto de la mostaza que en esa región crece de manera espontánea. Nadie siembra mostaza a propósito, porque se trata de una planta silvestre.

El maíz brotó y, allí, en medio del campo, sobresaliendo por encima de él, se erguía un arbusto de mostaza. El arbusto creció lozano y vigoroso hasta alcanzar una altura superior a la estatura de un hombre. Durante la temporada de crecimiento, los pájaros volaban hacia el arbusto, que ahora ya parecía un árbol, y encontraban refugio y descanso en sus ramas.

De esta historia podemos extraer varias lecciones. El hombre hizo un buen uso de su campo. Algunas personas descuidan su campo de servicio. Les gustaría que el mundo entero fuera cultivado, pero nunca se involucran en la tarea. El primer lugar en el que tendríamos que sembrar la semilla del evangelio es nuestro propio jardín. Tenemos la obligación de trabajar para que aquellos a quien Dios nos ha confiado de manera específica, empezando por nuestra propia familia, se conviertan.

La semilla, aunque muy pequeña, es una cosa viva. Entre un grano de mostaza y un trozo de cera del mismo tamaño hay una gran diferencia. En la semilla hay vida, aunque no lleguemos a entenderlo. Es un misterio.

Dentro del grano de mostaza está toda la planta reproducida en miniatura. Todas las ramas, todas las hojas, todas las flores y todas las semillas están, en esencia, contenidas en la semilla. Todavía no se han desarrollado, pero están ahí. ¡En la semilla del evangelio se esconden tantas cosas! Mírela. Vea la regeneración, el arrepentimiento, la fe, la santidad, la consagración y la perfección. El cielo está escondido en el evangelio. Así como el Dios eterno estaba en el recién nacido de Belén, en la sencilla expresión: «Cree y vivirás», se encuentran todos los elementos de la justificación y la santificación.

Cuando sembremos y crezcamos con fe, obtendremos árboles de bendiciones. (Mateo 13:31,32).

“Gracia y Paz”

(Richard O´Ffill)

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