“No te harás imagen […]. No te
inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éxodo 20:3, 5).
Mientras esperaba bautizarse en Togo, Kossi se inclinó a levantar una figura de madera. Su familia había adorado el objeto por generaciones. Ahora, observaron cómo él lo arrojaba a una pira preparada para la ocasión. Ya no sacrificarían sus mejores pollos a ese dios.
Para la mayoría de los
cristianos occidentales, los ídolos son metáforas de lo que colocan en lugar de
Dios. En Togo, África, los ídolos representan dioses literales a los que hay
que apaciguar con un sacrificio. La quema de ídolos y el bautismo son una
declaración valiente de lealtad al único Dios verdadero.
Con solo ocho años de edad,
Josías subió al trono en una cultura idólatra e inmoral. Su padre y su abuelo
habían sido dos de los peores reyes de Judá. Entonces, el sumo sacerdote
descubrió el libro de la ley. Cuando el rey escuchó sus palabras, las tomó muy
en serio (2 Reyes 22:8-13). Destruyó los altares paganos, quemó los utensilios
dedicados a la diosa Asera y puso fin a la prostitución ritual (cap. 23). En
lugar de estas prácticas, celebró la Pascua (23:21-23).
Cuando buscamos respuestas
fuera de Dios, vamos en pos de un dios falso. Sería sabio preguntarnos: ¿Qué
ídolos, literales o figurados, necesitamos arrojar al fuego?
Señor, revélanos qué tenemos
que dejar de lado, y reemplázalo con la presencia de tu Espíritu.
“Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21).
¡Gracia y Paz!
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