Con Dios no nos queda
otra más que ser sinceros…
Entre seres humanos es muy común que tratamos de
engañarnos hablando con juegos de palabras o cuidando de no mencionar “ciertas
cosas”, pero con Dios más vale ser sinceros porque Él lo sabe y conoce todo.
Sin lugar a dudas el Señor conoce nuestros corazones,
nuestros pensamientos y sentimientos, sabe lo que diremos aun antes de que
hayamos abierto nuestra boca. Dios conoce aún cuántos cabellos tenemos en la
cabeza (Mateo 10:30); está con nosotros en cada circunstancia y en cada prueba;
nos previene, nos guarda, nos ama, nos dirige; conoce nuestros pensamientos aún
antes de que nosotros los tengamos.
El misterio de nuestra vida no está oculto a los ojos de
Dios porque Él vio nuestro embrión antes de nacer (Salmo 139:16). Dios sabe
cada paso que damos, siente cada suspiro, mira cada parpadeo de nuestros ojos;
sabe cuándo nos sentimos mal, inconformes, molestos y también cuando estamos
felices, satisfechos y plenos; conoce nuestros planes y expectativas, nuestras
limitaciones y también nuestras fortalezas.
Pero entonces, ¿por qué nos desesperamos en los momentos
de aflicción? Lo hacemos por nuestra impaciencia, porque nosotros queremos que su
poder obre de inmediato cuando estamos enfermos o con problemas, porque
deseamos una respuesta visible a nuestra manera, cuando Dios tiene las suyas; porque
simplemente NO TENEMOS FE y sí mucha falta de conocimiento.
Seamos entendidos y valoremos el conocimiento que Dios
tiene de nosotros. Si hay algún problema sin solución, Él lo conoce y también sabe
la solución; si tenemos problemas en nuestras finanzas, también los conoce; si
estamos padeciendo enfermedad, también Él la conoce. Lo que Dios espera es que confiemos
y pidamos en Su voluntad para obtener lo que necesitamos.
Lucas 11:9-13
“Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad,
y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el
que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su
hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le
dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
¡Gracia y Paz!
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