Cada día que vivimos es un acto de la misericordia de
Dios. Si Dios nos diera lo que merecemos, todos estaríamos, ahora mismo,
condenados por una eternidad. En el Salmo 51:1-2,
David clama: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la
multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad y
límpiame de mi pecado”. Una súplica a Dios por misericordia es pedirle
que detenga el juicio que merecemos, y en vez de ello nos conceda el perdón que
de ninguna manera nos hemos ganado.
No merecemos nada de Dios. Dios no nos debe nada. Todo el bien que
experimentamos, es el resultado de la gracia de Dios (Efesios 2:5).
La Gracia es simplemente un favor inmerecido. Dios nos da cosas buenas que no
merecemos y que nunca podríamos ganar.
¡Gracia y Paz!
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