“Todo aquel que permanece en Él, no peca”. El hijo de
Dios, el verdadero Seguidor de Cristo, no practica el pecado, sino todo lo contrario,
lo rechaza y lo rehúye. El pecador, el que NO es hijo de Dios, vive con toda
naturalidad en el pecado, todo el tiempo, pero el hijo de Dios, el que ha nacido
de nuevo, ha recibido una nueva naturaleza, y ya no puede, ni desea vivir una
vida pecaminosa.
En la parábola del Hijo prodigo, hay una descripción muy
clara, porque ahí nos dice que sólo los cerdos viven felices en las pocilgas,
pero los hijos, como aquel hijo pródigo, abandonan esas circunstancias
incompatibles con su nueva naturaleza, y regresan al hogar, junto al Padre
Celestial. Los hijos de Dios pueden entrar en una pocilga, pero no desean
permanecer en esa situación, porque se sentirán miserables, sucios,
despreciables, porque como hijos de Dios conocieron la luz y la bondad del
Padre.
Si todavía encontramos felicidad en el pecado, entonces
aun no somos hijos de Dios, porque los hijos de Dios tienen la naturaleza del
Padre.
Algunos creyentes que han tenido un problema derivado del
pecado, se sienten miserables, desgraciados, y no tienen gozo, ni paz. Todo
esto es comprensible. No hay ninguna duda de que un hijo de Dios pueda sentirse
tentado y que caiga en una situación de pecado, pero, también debemos de tener
la seguridad de que Dios puede librarnos de ese pecado, que Dios tiene poder y
deseos de perdonarnos, si con arrepentimiento confesamos nuestro pecado y se lo
pedimos con humildad, y de todo corazón. Nosotros podemos pedirle a Dios que restaure
la paz y gozo que hemos perdido por habernos alejado de Él.
Si tu, amado hermano y hermana te encuentras en esta situación,
entrégale a Dios el control de tu vida, y si tu eres un hijo o hija de Dios,
entonces, nunca estarás satisfecho(a) y feliz cuando te encuentre alejado(a) de
Dios.
Dios puede librarnos de caer en pecado. Él puede y desea
librarnos, porque somos sus hijos amados, y eso es lo que nos está enseñando la
Palabra de Dios aquí. Sólo tenemos que confesarle a Dios nuestra impotencia y
derrota en la lucha contra el pecado que nos separa de la santidad de Dios, y Él
se manifestará con Su poder en nuestra vida. ¡Amen!
¡Gracia y Paz!
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