¿POR QUÉ HAY SUFRIMIENTO EN EL CRISTIANO?
1 Pedro 1:5-7
“Sois guardados por el poder de Dios
mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque
ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en
diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que
el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.
Todos los días vemos en la televisión o leamos en los
periódicos noticias de accidentes que terminan con la vida de una o más
personas. En todo el mundo, miles de personas están en estos momentos sufriendo
por la pérdida de un ser querido. No es difícil imaginar el dolor de aquel
padre o madre que recibe la trágica e inesperada noticia. Y en medio del
terrible dolor muchos se preguntan: “¿Por qué Dios permite tanto sufrimiento?”
Cuando ha llegado a nosotros de manera inesperada una prueba llena de dolor y
sufrimiento, muchas veces preguntamos: “¿Por qué a mí?”, “¿Por qué… si yo soy
cristiano?”
Preguntas como ésta abundan mucho en el vocabulario de
los creyentes. Quizás inconscientemente nos aferramos a la idea de que una vez
que aceptamos a Cristo como nuestro salvador, los sufrimientos y tribulaciones
van a desaparecer de nuestras vidas y que todo va a marchar siempre “a pedir de
boca”. Lo cierto es que no es así. La experiencia nos enseña que, al igual que
los inconversos, mientras caminamos en este mundo los cristianos encontramos
muchas pruebas, algunas de las cuales traen con ellas una gran dosis de dolor y
pesar que afecta nuestras vidas profundamente. Realmente no debía
sorprendernos, pues Jesús lo advirtió a sus discípulos, a aquellos que habían
dejado todo para seguirlo, cuando les dijo: “En el mundo tendréis aflicción,
pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
La Biblia nos enseña que los cristianos maduran por medio
del sufrimiento. Nuestra fe se fortalece por medio de las pruebas, afirma el
pasaje de hoy. La vida del cristiano es un llamado a la gloria a través de un
camino de sufrimientos. Así dice 1 Pedro 5:10: “Mas el Dios de toda gracia, que
nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco
de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”. Dios usa
el sufrimiento con el fin de limpiarnos, purificarnos y prepararnos para
disfrutar de la gloria junto a él. Esto es, sin duda, una parte importante del
proceso de santificación.
Jesús soportó la cruz, sin importarle el dolor y la
vergüenza que sufrió porque sabía que después del sufrimiento disfrutaría de un
gozo extraordinario, y que volvería a sentarse junto al Padre en el trono
celestial, dice Hebreos 12:2. Los cristianos, al igual que Jesús, debemos
confiar y estar seguros de la victoria que nos espera adelante cuando estamos
en medio del sufrimiento. El apóstol Santiago nos exhorta de la siguiente
manera: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas
pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la
paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os
falte cosa alguna” (Santiago 1:2-4).
Ciertamente no hay gozo en el sufrimiento. El gozo viene
después. No hubo gozo en la cruz del Calvario. El gozo se manifestó en la
resurrección. Pero para que hubiese resurrección tuvo que haber muerte primero.
Jesús pudo haberse librado de la cruz, pero no lo hizo por amor a nosotros. Él
decidió aceptar el plan del Padre, confiar en él y obedientemente padeció el
terrible e injusto sufrimiento, “por lo cual Dios también le exaltó hasta lo
sumo”, dice Filipenses 2:9. Los que hemos decidido seguir a Jesús también a
veces recibimos golpes que nos sacuden; a veces desfallecemos, nos sentimos
agotados y desanimados, pero nunca destruidos ni derrotados, afirma 2 Corintios
4:9. Y siempre podemos tener la seguridad de que más adelante nos espera un
gozo indescriptible.
Oración:
Bendito Dios, gracias por esta enseñanza que me consuela
y me da esperanza en medio de la prueba. Te confieso que no tengo fuerzas para
soportar el dolor y el sufrimiento. Por favor, ayúdame a llevar mi cruz,
confiando que me espera el gozo y la victoria. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y paz!
Dios te Habla
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