Para que Dios perdone nuestros pecados, se requiere que
reconozcamos nuestra soberbia y vengamos arrepentidos delante de Él. Eso es
“humillarse”, simplemente bajar al nivel que nos corresponde, reconociendo
nuestra miseria y bajeza ante la infinita santidad y majestuosidad del Rey del
Universo. Eso es todo lo que Dios requiere, que seamos humildes, nos
arrepintamos y busquemos su dirección dependiendo de él como al principio de la
Creación. Para mantener este comportamiento y una íntima comunión con el Señor,
es necesario que cada día de nuestra vida busquemos su rostro en oración, leamos
su santa palabra y meditemos en ella.
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