Deuteronomio 11:26
“He aquí yo pongo
hoy delante de vosotros la bendición y la maldición”.
Después de caminar
por cuarenta años por el desierto, los Israelitas estaban a punto de entrar a
la tierra prometida. Todo el pueblo estaba reunido escuchando al más grande de
los líderes de su tiempo. Moisés estaba dando su discurso final. Se estaba
dando el cambio de una época. A su lado, el joven Josué escuchaba con preocupación.
Estaba por heredar el mando y ser nombrado como el nuevo comandante de la
cruzada de conquista de la tierra prometida.
Moisés les leía una
vez más los mandamientos que Dios le había escrito. Pero esta vez les puso una disyuntiva.
Ahora tenían que elegir. Ellos conocían cuales eran las demandas de Dios, y
cuales eran sus mandamientos. Durante cuarenta años habían visto la Mano
poderosa de Dios cuidándolos en el desierto. Proveyendo alimento y agua donde
no existía más que sequedad y rocas. Sosteniendo a un pueblo sin experiencia
militar frente a enemigos bien armados y disciplinados.
Ya en la entrada de
la tierra prometida, Dios les da a elegir. Pueden elegir la bendición o pueden
elegir la maldición. Tendrán bendición garantizada, solo si hay obediencia a
las reglas de Dios. Y habrá maldición garantizada, si eligen desobedecer. El pueblo
pensó que podían decidir mal sin sufrir las consecuencias de sus malas
decisiones. Creyeron que podían pecar sin consecuencias. Creyeron que podían
quedar sin castigo por su culpa. Pero se equivocaron.
Toda decisión trae consecuencias,
y tarde o temprano siempre llegan. El pecado siempre paga mal. Al principio puede
parecer divertido y agradable, igual que la droga o el alcohol. Pero su final
siempre será malo y destructivo. Satanás es un especialista en engaños.
Envuelve al sucio pecado en papel de regalo de colores bonitos. Pero sigue
siendo malo.
Dios no ha
cambiado, Él es siempre igual. Y su justicia no se ha modificado ni un ápice.
Dios sigue demandando de su pueblo escogido santidad y respeto. Y vuelve hoy a
desafiarnos para que elijamos correctamente.
Lamentablemente
hoy, amparados por la Gracia
de Jesucristo, nos abusamos de la bondad de Dios al no castigar nuestros
pecados. Pero a pesar de eso, nuestras malas decisiones siempre nos alcanzan.
Dios no va a exiliarnos en Babilonia por nuestra idolatría como hizo con
Israel. Pero su mano de bendición será cerrada si decidimos elegir mal.
¡Gracia y Paz!