Lucas 24:1-9
“El primer día de la semana, muy de mañana,
vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y
algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y
entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas
perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras
resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les
dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que
ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea,
diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres
pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se
acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas
estas cosas a los once, y a todos los demás”.
El viernes, el cuerpo inerte de Jesús fue bajado de la
cruz, fue envuelto en una sábana y trasladado a “un sepulcro abierto en una
peña, en el cual aún no se había puesto a nadie”, dice la Biblia en Lucas
23:53. Entonces pusieron una gran piedra a la entrada del sepulcro. Transcurrió
el sábado (día de reposo), y al amanecer del domingo varias mujeres de las
seguidoras de Jesús se acercaron al sepulcro. Dice el pasaje de hoy que ellas
“hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo
del Señor Jesús”.
En aquella tumba habían sido puesto el cuerpo del Señor
después de su crucifixión. Pero ya no estaba allí porque él había resucitado tal
y como lo había dicho antes. Ahora la tumba estaba vacía. Y, casi 2,000 años
después, esa tumba continúa vacía porque Cristo vive y está a la diestra del
Padre; y su Santo Espíritu está en medio de nosotros, recordándonos las
palabras de Jesús: “En el mundo encontrareis aflicción, pero confiad, yo he
vencido al mundo”.
Ciertamente a lo largo de nuestras vidas encontraremos
aflicción, sufrimientos, tristeza. Es natural en este mundo pasar por períodos
de dolorosas pruebas. Jesús mismo nos dio el ejemplo. El viernes hubo dolor y
sufrimiento para todos aquellos que amaban al Señor. Hubo llanto y tristeza
durante todo el sábado. Pero el domingo se produjo el milagro más grande y más
trascendental de la historia de la humanidad: Jesucristo venció la muerte, y se
levantó de entre los muertos, y la tristeza se convirtió en gozo, la muerte se
convirtió en vida, las tinieblas se convirtieron en luz, y la derrota se
convirtió en victoria. La resurrección de Cristo trajo consigo el gozo
indescriptible de la vida eterna.
Ciertamente tenemos un Dios todopoderoso. Por medio de su
poder, nuestro Señor Jesucristo venció la muerte y con ello a Satanás y a todos
sus demonios. Por eso él puede decir con autoridad: “Confiad, yo he vencido al
mundo”. Y como él ocupó nuestro lugar en la cruz, nosotros podemos afirmar que
esa victoria es nuestra. Hagamos de la Cruz un símbolo de victoria en nuestras
vidas, buscando cada día el rostro de quien ocupó nuestro lugar en ella,
ofreciendo su vida para que nosotros podamos disfrutar de vida eterna.
Cuando sientas tristeza o angustia, enfoca tu pensamiento
en el aspecto temporal de tu situación y en la victoria eterna que ha sido
asegurada a los que han creído en Jesucristo. Piensa en lo que nos dice el
apóstol Pablo en su carta a los Romanos: “Pues tengo por cierto que las
aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que
en nosotros ha de manifestarse”. La muerte de Cristo no es para nosotros señal
de duelo porque a través de ella se verificó el milagro de la resurrección. No
debemos olvidar nunca lo que él sufrió por cada uno de nosotros, pero debemos
enfocar nuestra esperanza en el resultado que él obtuvo: ¡Victoria total y
absoluta! Porque tenemos la cruz y la tumba vacía, ¡tenemos la victoria en
Cristo!
¡A él sea la gloria, el imperio y el poder por los siglos
de los siglos, Amén!
ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, gracias una vez más por
Jesucristo y la victoria de su resurrección. Ayúdame a entender en toda su
magnitud el significado de esta victoria y a aplicarla en mi vida cada día,
para poder disfrutar de tu gozo en todas las circunstancias imaginables. Por
Cristo Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla