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viernes, 14 de noviembre de 2014

Gálatas 2:20



Gálatas 2:20
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” 


Esta debe ser la meta de todo cristiano: morir al pecado, a los hábitos y costumbres del pasado e ir dando lugar, por la acción del Espíritu Santo, a un hombre interior nuevo conforme a la imagen de Jesucristo. Hagamos de la Cruz un símbolo de victoria en nuestras vidas, que represente nuestra muerte al pecado y la nueva vida en Cristo. Busca cada día el rostro de quien ocupó tu lugar en la cruz, ofreciendo su vida para que tú puedas disfrutar de vida eterna. ¡A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos, Amén!

¡Gracia y Paz!

¿CUÁL ES EL SÍMBOLO DE TU FE?




Lucas 9:22-23
“Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día. Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”.

Un emblema universal cristiano aceptable necesita obviamente reflejar a Cristo, pero la cantidad de posibilidades es muy amplia. Bien pudiera ser, por ejemplo, el pesebre en el cual Jesús fue acostado cuando nació (símbolo de humildad), o las herramientas de carpintero con las que trabajaba cuando joven (prototipo de trabajo), o el bote desde el cual enseñaba en Galilea, o la toalla que usó cuando lavó los pies de los apóstoles, representando la humildad en el servicio del Señor. Otras posibilidades serían el trono, símbolo de soberanía divina, o la paloma (enviada desde el cielo en el día del bautismo de Jesús), representando al Espíritu Santo, o la tumba vacía, proclamando la resurrección de Cristo.

Los primeros cristianos usaron un pez como símbolo que los identificaba durante los tres primeros siglos de nuestra era. No fue hasta el siglo IV que la cruz comenzó a usarse como símbolo predilecto para representar a Cristo y su entrega para nuestra salvación. Estas dos barras habían sido ya un símbolo cósmico desde la remota antigüedad representando la distancia entre el cielo y la tierra, y el eje de la esfera terrestre. Pero esta iniciativa de los cristianos tuvo una explicación mucho más profunda. Ellos quisieron establecer como idea central de su entendimiento de Jesús, no su nacimiento, ni su juventud, ni sus ejemplos de servicio, ni su resurrección, ni su reino, ni su regalo del Espíritu, sino su muerte, su crucifixión. Lo que prevaleció en la mente de aquellos cristianos acerca de Jesús no fue su vida, sino la dádiva de su vida en la cruz del Calvario. Este fue su propósito fundamental al dejar su gloria y venir a este mundo como hombre.

La cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el misterio de la salvación en Cristo. La cruz nos habla acerca de un Dios todopoderoso que es a la vez Dios de infinito amor y misericordia, quien decidió vencer el mal con su propio dolor entregando a su Hijo a la horrible muerte en la cruz del Calvario, y así librar de la condenación eterna a un mundo que le había rechazado. Pero en realidad la cruz, más que un símbolo es verdaderamente un estilo de vida, al cual se refirió Jesús al dirigirse a sus discípulos en el pasaje de hoy. Este es un profundo mensaje que comienza con negar o rechazar todo intento o deseo de la carne que vaya en contra de la voluntad de Dios. Jesús fue el ejemplo perfecto al negarse a sí mismo y someterse a la voluntad del Padre llevando a cabo el plan de salvación de la humanidad. En el huerto de Getsemaní, Jesús luchó contra la tentación que lo impulsaba a huir de la cruz que le esperaba, postrándose en oración tres veces clamando: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39-44). Él sabía que sería despreciado, humillado y torturado, y que finalmente sería clavado en la cruz del Calvario. Pero decidió marchar adelante a cumplir la voluntad del Padre. Por eso ahora tiene la autoridad para pedir a todo aquel que quiere seguirle que se niegue “a sí mismo”, que “tome su cruz cada día”, y entonces le siga.

El apóstol Pablo resume este concepto de la siguiente manera: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Esta debe ser la meta de todo cristiano, ir muriendo al pecado, a los hábitos y costumbres del pasado e ir dando lugar, por la acción del Espíritu Santo, a un hombre interior nuevo conforme a la imagen de Jesucristo. Hagamos de la Cruz un símbolo de victoria en nuestras vidas, que represente nuestra muerte al pecado y la nueva vida en Cristo.

Busca cada día el rostro de quien ocupó tu lugar en la cruz, ofreciendo su vida para que tú puedas disfrutar de vida eterna. ¡A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos, Amén!

Oración:
Amante Padre celestial, te ruego me ayudes a disponer mi corazón y mi mente totalmente al proceso de negarme a mí mismo en todo aquello que no está de acuerdo con tu palabra. Ayúdame a tomar mi cruz cada día y obedecerte en todo. En el nombre de Jesús, Amén.

¡Gracia y Paz!

Dios te Habla